Tocaba. Andaba San Isidro por los rastrojos, lo que por muy labrador que sea el santo patrón no era lo que se esperaba estos días, y de pronto, un toro bueno y otro bravo y otro y otro, y hasta una corrida buena, digan buena sin pudor, no se tapen en lo de una corrida interesante. Eso por no hablar de los toreros: Ventura, Ferrera, Talavante, Colombo, Fortes -que toreó al natural de rodillas como no se ha vuelto a ver-, Roca, Juli, Ginés Marín, Lorenzo, Castella -hay que ver cómo estuvo ese Castella-, Adame… y de los rastrojos se pasó a los cielos del éxito de un día para otro. Un respiro. Un respiro para los toros, para los aficionados, para los rehenes de Las Ventas que sufren a diario el ruido de la amargura, para las administraciones que aún apuestan por los toros -gracias-, para los de las almohadillas, los de la cerveza, para el mismo Simón el vocero que así vende más revistas, para los que llegaron del pueblo y se pudieron volver a casa con el gustazo de haber acertado y hasta para los presidentes que, de pronto, y por mucho que se empeñen en lo contrario, parecen mejores presidentes… Sucede y te das cuenta de la poca distancia que hay entre la gloria y el barro, entre las ganas de volver y el darle la razón al pesado de tu cuñado el podemita, entre irse de copas al acabar o irse al viaducto. Lo jodido es que nadie tiene la fórmula infalible para que sea así, aunque las hay que apuntan a ganador y otras en las que antes de comenzar el éxito ya está enfangado en el territorio de los milagros.
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