Los premios tienen que tener forma y fondo. O de lo contrario son lisonjas para amiguetes. Y me puede parecer hasta bien: cada uno premia lo que quiere. Pero los premios que tienen consistencia son aquellos en los que, además de resaltar a una figura, a un personaje, resultan ejemplares por lo que lleva implícito ese premio. Acaba de producirse un ejemplo perfecto para lo que escribo, otra vez en la Francia de la devoción al toro. Porque esta fiesta solo tiene una base, el toro. Y unos protagonistas importantes y necesarios: los toreros. Pero una cosa y otra tienen que casar. Al torero no debe importarle solo su triunfo y su justo interés personal. Al torero, amante de verdad de esta fiesta, le importa que el toro sea digno en trapío, adecuado a la categoría de cada plaza, no elige a diario las mismas ganaderías y hace lo que ahora leeréis del trofeo que acaba de dar “La asociación francesa de veterinarios taurinos” premiando a Emilio de Justo (ojo al parche): “Por su contribución a la puesta en valor del toro bravo”. ¿Qué, cómo lo ves? Para mí es el premio más justo y deseado para cuidar el futuro de la Fiesta.
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