Con la edición especial de diciembre cerró Aplausos la temporada 2024. Buen año, hay que reconocerlo. Con sus matices y sus excepciones, pero sumas y restas y sale buena nota y más viniendo de donde veníamos. Bueno en cuanto a la afluencia de público, que por mucho que afecte solo al bolsillo de empresarios y profesionales hay que aceptar que es salvoconducto de continuidad: si hay público hay futuro, si hay público hay dinero (en la circunstancia opuesta no hacían falta ni media docena de antis para derribarnos); otra cosa es el apartado artístico que también ha sido bueno por mucho que desde la lógica y sana ambición siempre se debe pretender más, y a pesar de que para muchos la etiqueta de buen aficionado lleva gravado un punto exagerado e injusto de negativismo. Ha habido muchos logros, sucesos y apariciones que dan esperanza y aseguran una continuidad que muchos agoreros, ya saben, infelices, oportunistas, mojigatos de salón y pescadores de fortuna daban por finiquitada anticipadamente. En momentos así vuelven a tener vigencia aquellos versos ripiosos pero graciosos que aseguraban que el toreo “Es una fiesta española, que viene de prole en prole y ni el gobierno la abole ni habrá nadie que la abola”. Pues eso.
Mi optimismo no es gratis ni mucho menos racional, tampoco importa demasiado teniendo en cuenta que la razón en tema tan pasional como el toreo no tiene mucho sitio. Esto te gusta o no te gusta, este te llega o ni caso, te acongoja o te deja indiferente, ahí está secreto de las cosas del toro. En pellizcar, acongojar, sorprender, en zarandearte los sentidos… El que lo consiga se puede ciscar en los oráculos y santones que nos invaden, y si no, como dice mi amigo Chipi Altarriba, paciencia y barajar. Y este año ha habido varios con partituras muy diferentes que han firmado conciertos tremendamente emotivos porque ya se sabe que la emoción llega o puede llegar por caminos distintos.
Veamos. Que Morante de pronto sienta a la santa inspiración, pellizca (aunque como ha sucedido este año sea de tarde en tarde), que un Juan Ortega duerma los engaños sorprende ¿eso cómo se hace, eso es verdad?… te dices y suena a esperanza sucesoria y necesariamente tiene que contar y mucho a la hora de valorar una temporada. Otro tanto pesa que un tal Roca Rey, un día sí y otro también, se encomiende a lo que Dios quiera y ponga al albur vida y fortuna, postura que suena a milagro en una sociedad tan tacticista como la actual y ayuda a puntuar alto el año. Naturalmente hay muchos más motivos para valorar la temporada. Que un Borja Jiménez se rebele contra un destino que se antojaba tan negro como inevitable es ejemplar y engancha; o que un Curro Díaz al que la santa naturaleza le había conferido cualidades celestiales bracee cual guerrero para asegurar una pervivencia en la que disfrutar, ahora en el papel de ángel flamígero te congracia con el momento actual; o que cuando se le daba por amortizado un tal Talavante haga valer de nuevo la fuerza de su misterio es una demostración, una más, de que en el toreo no caben los raciocinios; en cambio no estoy tan seguro de que en ese mismo toreo no haya un hueco para la desconsideración como hace pensar que a la hora de situar a un Luque pletórico se le mantenga a distancia del lujo ferial cuando su toreo es puro lujo.
Más. Que ese Pablo Aguado, Sevilla en pie, aguantase exigencias de este tiempo de urgencias y se reenganchase en una sociedad tan consumista como esta, entra igualmente en el mundo del asombro y te tienes que decir son cosas del toreo; que de pronto un histórico, lo digo por Ponce, cuando ha llegado donde no era imaginable que se pudiese llegar, 34 años en lo más alto y decide despedirse acuda a un puñado de plazas de primera con el toro de primera, dinamita cualquier sospecha de un adiós edulcorado y economicista propio del resto de humanos y pone las despedidas caras, carísimas y etiqueta el año, de tal manera que será desde ya el año de la despedida de Ponce. Y no me voy a olvidar de Manzanares que sin haber cumplido su mejor ejercicio ha mantenido vivo el valor de un gran legado.
Y hubo más nombres y tardes de las que dan lustre a este 2024 que taurinamente ya se nos ha ido. Perera tuvo agallas y carácter para poderle a ese otro toro que acompaña la carrera de los toreros que es el desgaste de los años y ha reactivado su importancia en los ruedos con un manojo de faenas de mucho peso y más aplomo; y en esa lucha estuvo Castella que mantuvo en iniesta la enseña gala tan necesaria para el conjunto. Rufo es otro de los nombres que mantuvo el crédito de joven esperanza del que cabe esperar todo; y en ese grupo de llegadores resulta conmovedor el auto-rescate de Galván, buen torero y mejor será en cuanto se despoje de una gestualidad excesiva que no le aporta nada, al contrario; encomiable el esfuerzo de un Emilio de Justo para superar la tremenda cogida de Madrid, otro tanto cabría decir de Escribano, de Esaú… Ese elenco y sus logros dan argumentos para creer que la temporada ha sido buena o muy buena, que el edificio del toreo puede sostener los embates y las cornadas de los desafectos. Si nos detenemos a pensar se trata de un milagro. Y más milagro es que de pronto con el sistema puesto de lado cuando no de espaldas en lo que a la promoción de nuevos valores se refiere, aparezca un puñado de nombres de los que hacen soñar, el Mene, Aaron, Zulueta, Marcos Pérez, Jarocho, Chicharro… Vamos, que no la abolen. Del tema toros, que ha sido malo, hablaremos en la próxima Pincelada.
Lo dicho, por eso y por más, me mantengo en mi postura, buen año. Ni los Urtasun que en el mundo son ni corporaciones obstruccionistas como la diputación de Zaragoza precisamente ahora que tienen toreros para soñar, van a poder con esto.
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Buen año, buena cosecha
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