Era octubre y la temporada mantenía un pulso propio de la primavera. Más allá del caso Morante, mis respetos a su situación personal, los primeros espadas apretaban clavijas, seguro que pensando ya en el 2025. A nadie escapa, por mucho que pudiera parecer lo contrario, la trascendencia que tiene el último tramo de la temporada que en realidad es el primero de la siguiente con todo el invierno por delante para liquidar los borrones anteriores y magnificar los éxitos. En esa cuestión hay que poner muchas y merecidas negritas que es como se le llama en la jerga a los nombres propios. Lo de Ponce es caso aparte sencillamente porque ya no estará disponible en primavera, aunque visto el reenganche emocional que ha activado con los aficionados en su último tramo sería fácil pensar lo contrario. Abrías los periódicos el último mes y no sabías si el de Chiva se iba o llegaba, y lo que sí es cierto es que ha puesto caras (muy caras) las futuras despedidas. Aquello de una última vuelta triunfal a España o última postulación modo Domund particular cargada de amabilidad torista que tantas veces se vio, ya no servirá, si usted es una gran figura tendrá que despedirse a nivel ídem o no será lo mismo. Málaga, Bilbao, Salamanca, Madrid, Zaragoza, Valencia… eso después de treinta y cuatro años de alternativa se llama compromiso con el cargo.
La tarde de Valencia fue de una carga emocional desbordante, una ciclogénesis ambiental que solo se puede vivir en una plaza de toros allá cuando la pasión le gana la mano a la razón. Aquella fortuna fue posible en primer lugar por la mansedumbre absoluta (¡viva los mansos, pues!) del que debía haber sido el toro de la despedida de Ponce en Valencia, tan malo, tan deslucido, tan parado, tan inerte, tan Guisando que no coló y provocó la rebelión del público que pidió el sobrero y lo siguió pidiendo ante la resistencia reglamentarista de la autoridad que sigue sin entender en su gran mayoría que están para defender los intereses del público, siguen sin entender la excepción, con la capacidad de interpretación por montera y el protagonismo como droga. Llega a ser el juampedro simplemente malo y nos lo tragamos y… y adiós a todo lo que vino. El segundo elemento de fortuna fue la secretaria autonómica, superior de las autoridades negacionistas y mujer la mar de dispuesta, que dijo adelante y firmó lo que hubo que firmar para asumir la responsabilidad. Todo seguido salió el sobrero, ni bueno ni malo, y aquello fue el acabose. La mayor explosión de júbilo y torería que se recuerda en esta plaza. El adiós tumultuoso y feliz que merecía el maestro. La felicidad sin complejos de una afición. No lo he comprobado, pero estoy por decir que los reglamentaristas pese a su fiasco siguen creyéndose salvadores del toreo, cancerberos de las esencias acorralados por interesados triunfalistas. Con el tiempo lo volveremos a sufrir. Pobre toreo.