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La plenitud artística de la que disfruta Diego Ventura hace que el rejoneador sevillano cuaje a diario obras que rayan la perfección. Esta vez lo hizo con un toro medio, digamos fácil, de Los Espartales que abrió plaza, el clásico toro al que las figuras potencian sus virtudes, que éste las tuvo, y con el que acaban por redondear una gran faena. Enceló con Velasquez la nobleza dormida del toro, lo dominó con Nómada con magisterio, en batidas por dentro apurando cada centímetro de la plaza, y lo disfrutó con Lío, ese lusitano tordo que quiebra con una elasticidad asombrosa. Un par de banderillas cortas al violín, una rosa y un certero rejonazo amarraron la primera oreja de la tarde.
No era fácil, directamente es imposible, el reemplazo de un torero de época como Morante de la Puebla. La sustitución en este caso de Fernando Adrián se argumentó por sus muchos y seguidos triunfos en todas las plazas donde ha toreado en España, especialmente en Madrid dos años consecutivos saliendo a hombros, y también en Francia. Así pues, justicia taurina, el madrileño debutó en Valencia y en el toro de su presentación cortó una oreja a base de lo que le ha traído hasta aquí: firmeza, entrega a raudales, unas ganas indiscutibles de querer ser y de abrirse paso. El toro de Cuvillo, que salió suelto de los dos encuentros con el caballo y del segundo se fue directo al picador que guardaba la puerta, fue de un solo pitón, el derecho, por donde sus embestidas tuvieron emoción y las aprovechó Adrián para realizar una faena fundamentalmente ligada. Por el izquierdo era otro cantar, se quedaba más corto y le marcó en una ocasión que por ahí no iba a ser. Y ya no insistió más. Los alardes de los cambiados por detrás complementaron una faena rematada de una estocada entera.
En el primer toro de Fernando Adrián afloró el capote de Juan Ortega con un quite por chicuelinas tan armónico que fue pura brisa, aire fresco ante el rigor del termómetro. Y la media, claro. Con la esperanza de que se repitiese la historia en su turno, se pedía silencio cuando asomó el tercero, pero no le dejó estirarse a la verónica. Este cuvillo se movió entre la poca raza y la poca fuerza. Se apoyaba sobre las manos unas veces y en otras soltaba la cara. Y cuando no hacía ni una cosa ni la otra, no tenía la voluntad de romper hacia delante, reponiendo. Y así se hacía complicada la cuestión. Lo mató de una estocada casi entera en buen sitio que le hizo daño al toro.
Ni una doma tan perfecta como la de Diego Ventura pudo obrar el milagro de sostener en pie al cuarto, que tenía el poder en reserva y claudicó en un par de ocasiones. Si la ligazón se hacía compleja por la condición del toro, tan parada, tocaba tirar de recursos y al sevillano le sobran. Con Fabuloso batió por dentro tantas veces como quiso, una, dos, tres, cuatro, cinco… luego con Hatillo, un caballo muy nuevo, llegaron los alardes y los quiebros, clavando siempre arriba, y a lomos de Guadiana firmó un rejonazo de muerte para enseñar en la más alta escuela. Preparó la suerte con paciencia, una, dos vueltas, engatusó al toro, lo convenció y… tanto y tan bien sintió el acero Ventura, que se bajó del caballo como un resorte, se plantó delante del toro, frente a frente, y vio cómo rodaba sin puntilla en ¡cinco segundos! La muerte del toro fue de récord, habría que haberla cronometrado. La espectacularidad del final le puso en sus manos una segunda oreja y la puerta grande.
En el quinto, la cosa fue de voluntades. La de Fernando Adrián por una parte en busca de un nuevo triunfo y otra puerta grande que esta vez no llegó. Y la del toro de Cuvillo, que no quería embestir ni por abajo, no humilló, ni tampoco a su altura en la que protestó con feo estilo. Al final se impuso la (no) voluntad del toro y tras ocho salidas a hombros, se cortó la racha del madrileño.
La tarde terminó cuesta abajo porque el sexto desde que pisó la arena hizo cosas muy desagradables. Picado por el varilarguero de turno, se picó otras dos veces en el que guardaba la puerta. En banderillas esperó y complicó mucho la labor de la cuadrilla de Juan Ortega que para cuando tomó la muleta ya había perdido toda esperanza de pegarle siquiera un muletazo. Este sí que no tenía ni un pase.
Valencia, viernes 19 de julio de 2024. Toros de Los Espartales (1º, noble; y 4º, sin poder) y Núñez del Cuvillo, correctos de presentación y de pobre juego a excepción del segundo, de buen pitón derecho. El rejoneador Diego Ventura, oreja con petición de la segunda y oreja con petición de la segunda; Fernando Adrián, oreja y silencio; Juan Ortega, ovación con saludos y silencio. Entrada: Algo más de media plaza. Sobresaliente: Álvaro de la Calle. Destacó José Antonio Barroso picando al quinto de la tarde.
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La magia de Ventura, al rescate de la tarde en Valencia
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