La noticia, adelantada por Aplausos, se extendió como la pólvora y consternó al toreo entero la mañana del martes 28 de octubre de 2014. José María Manzanares había fallecido de madrugada en su finca de Cáceres a los 61 años de edad. Su hijo José María Manzanares, que acababa de aterrizar en México D.F. para afrontar su primer compromiso en tierras americanas, confirmaba a este medio el fatal desenlace.
Esta casa le dedicó al maestro un número monográfico -ejemplar 1.936- que se publicó el lunes 3 de noviembre. Nuestro director José Luis Benlloch, gran amigo del diestro de Alicante, trazó en su Pincelada, el perfil del recordado torero. “Nacido en Alicante en 1953, el maestro formó parte del hilo conductor de los grandes clásicos de la época, Ordoñez, Camino y Manzanares. Hijo de un banderillero de escaso relieve, Pepe Manzanares, que supo transmitirle una cuidada educación taurina, Josemari emergió en los ruedos con la aureola de los grandes toreros cuando apenas era un quinceañero. Lo tenía todo, una hechura física proporcionada, gusto en los ademanes, elegancia en el ruedo, una gran técnica cuyas aristas disimulaba con sus golpes de inspiración, un carácter apasionado, con su pizca de bohemia que añadía interés a su figura pública y le acercaba a las grandes leyendas del romanticismo, y además era dueño de un valor, mucho más valor del que se le reconocía, que le permitió tutearse con una generación que por aquel entonces se resistía abandonar los ruedos, la de los Camino, Palomo, Viti y Miguelín, entre otros, y competir bajo el cartel de torero de arte con otros de su generación de indómita bravura, como Paquirri, Dámaso o Niño de la Capea, con los que formó una promoción de gran nivel”.
“Su trayectoria fue tan larga como brillante, lo que le corresponde a los grandes clásicos. Fue un becerrista al que todos equiparaban en cuanto le veían con un matador de toros dada su sabiduría y su saber estar en la plaza. Recorrió rápidamente España siendo un adolescente con el cartel de novillero prodigio. Luego vino la alternativa de manos de Luis Miguel Dominguín, bajo la atenta mirada de El Viti el día de San Juan de 1971 en su Alicante natal. Todo seguido llegaron los años de plenitud, los tiempos de dudas, el peso de la crítica… la dureza de Madrid donde mezcló desencuentros con tardes imborrables como la del toro Clarín en 1978 y Fulanillo en 1993, ambos de Manolo González. Además, forjó el romance con su Sevilla, quedando en el recuerdo la faena al toro Perezoso de Torrestrella en el año 1985, que inspiró las bulerías de su amigo El Turronero: “Ole tu mare, ole tu mare, qué despacio torea Josemari Manzanares, ole tu mare, ole tu mare…”. Y queda la despedida por la Puerta del Príncipe que se le había resistido y acabaron descerrajando los propios toreros el día de su adiós definitivo en 2006 para sacarle en volandas como resumen de un amor imperecedero”.
“El toreo de Manzanares resume los fundamentos del toreo clásico aliñados por una personalidad singular que le da un espacio propio en los tratados de tauromaquia. Fue un torero poderoso desde la elegancia, capaz en la exigencia y un tanto dependiente de su real gana”, escribió Benlloch, que remataba así la descripción de Manzanares: “Su toreo, fiel a las normas del más puro clasicismo, tuvo los ingredientes propios de la cultura mediterránea que tanto le marcaba a través de su Alicante natal y le añadía singularidad, era ese sabor a turrón que los aficionados le adjudicaban como elemento diferenciador”.
En este número, otros firmas de prestigio, también alabaron la figura de Manzanares: “José María tenía un temple y un gusto tan natural y una calidad y una personalidad que destacaba en el grupo de grandes toreros de su época. Por eso fue un torero de culto, un espejo para casi todos. Incluido su mejor alumno y admirador: Enrique Ponce”, decía Manolo Molés.
Por su parte, Carlos Ruiz Villasuso, destacaba: “Sus muñecas fueron compás, su cintura meció el ritmo, su corazón latió, tantas veces, más lento que el de un mortal común. Ahora dejó de latir pero tiene la inmortalidad ganada”.
“En su edad madura, mantuvo porte y actitud de galán. El ritmo, clave mayor de su toreo, parecía en su caso consustancial. Tan de artista selecto como privilegio genético”, sostenía Barquerito.
En este mismo sentido se expresaba Paco Mora, que subrayaba la calidad del toreo de Manzanares: “Su citar dando el medio pecho, para convertir las series de muletazos en melodías inacabables, es un secreto que se lleva consigo a las trochas celestiales”.