“A Donaire le han vuelto a operar, el tema no pinta bien”. Lo escuchabas y te estremecías. Afortunadamente, ese inoportuno trance está superado. Los doctores acudieron prestos y sabios al quite de una peritonitis tan inesperada como inoportuna. Se desató días después de ser intervenido en la enfermería de la plaza de una tremenda cornada con rotura de esfínteres. Felizmente, en las últimas horas el joven Donaire ya enfila la recta de la recuperación. Llevará su tiempo, pero los pronósticos son muy alentadores. El ánimo del joven torero lo confirma.
-Me han dicho que la cosa va bien, dentro de que será un proceso lento. Me doy mis paseos a la espera de que todo lo que me arreglaron los doctores se vaya asentando. El plan es tener calma, seguir pensando en el toro y en volver a torear en Valencia.
–Sorprende la serenidad y me apetece testarla. Alberto, siempre se dice que el valor se va por las cornadas.
-Eso dicen, pero a mí mentalmente las ideas no me la ha cambiado. El toreo es mi vida y me quedan muchas cosas por dar en el ruedo. No me ha afectado.
“Cuando me llevaban a la enfermería no veía sangre y pensé: a ver si no tengo nada y estoy haciendo el ridículo”
Fue un mal trago en la plaza. Desde el principio. Ahora todos queremos que solo sea un mal sueño a olvidar ya. El pasado 6 de octubre un novillo malaje y certero, al que nadie quería en suerte, tras torearlo Alberto con estilo y decisión, le corneó con saña en el momento de culminar la suerte suprema que le debería traer los nuevos y ansiados contratos. Lo consiguió, la empresa de la plaza le confirmó, detalle que le honra, que toreará en las próximas Fallas. Objetivo cumplido, caro pero cumplido.
Han pasado apenas veinte días. En ese tiempo los clamores de la tarde de Ponce, incluida su tumultuosa salida a hombros, contrastaba con el ir y venir silencioso de doctores y amigos en la habitación 517 del hospital Clínico donde convalece el joven Alberto Donaire. Son los sonidos del toreo de los últimos días en Valencia. Gloria y dolor, los contrastes de un arte que vive entre la fiesta y el drama, en el que todo se produce sobre el filo de la vida de sus protagonistas. Son las cosas del toro, se suele decir si pides explicaciones. Uno, el maestro, en modo de gloriosa despedida, el otro, novillero ansioso de triunfos, en proceso de llegar al duro (y singular) mundo del toro. Y que nadie piense que el toreo acaba ahí, en este tiempo, en Málaga, asaltaba la barrera del anonimato otro soñador, Israel Guirao, del que cuentan maravillas. La fiesta sigue.
Los padres y la abuela María Ángeles hacen guardia en torno a Alberto. Un trajín constante de cariño, toreros, amigos y aficionados le traen ánimos. Pareces una estrella, Alberto, le apunto y sonríe entre tímido y presumido: “Estoy muy agradecido por tanto apoyo”.
“La cabeza la tengo igual que antes de la cornada, sigo pensando en lo mismo, en volver con el mismo ánimo”
Ha sido su primera cornada fuerte, su bautismo de sangre como quien dice. Anteriormente recuerda que “un becerro me dio una cornada en el escroto, fue en la ganadería de Valrubio, pero nada que ver con esta”. Algunos toreros jóvenes, le comento, me confesaban en las entrevistas que les hice que sentían curiosidad y hasta ansiedad porque le diesen la primera cornada para así experimentar las sensaciones del guerrero herido y comprobar si eran capaces de superar ese trance que es seguro que les tendría que llegar. “Yo sentía algo parecido. No es que lo estuviese deseando, eso no, pero sí sentía la curiosidad. Superarlo es una forma de demostrar que quieres y puedes ser figura”.
-¿Y…?
-Lo supero, tenerlo por seguro, esto lo supero.
Las palabras serenas de Alberto, rodeado de cables y alarmas médicas, estremecen. Qué fortaleza mental tienen estos chicos, qué les pasará por la cabeza, te preguntas. “Yo la cabeza la tengo igual que antes de la cornada, sigo pensando en lo mismo, en volver con el mismo ánimo. Cuando me veas de nuevo con el vestido de luces pensarás lo mismo que yo”.
NO MALDIGO
-¿Qué recuerdas del novillo que te cogió, lo maldecirás?
-No. Hizo lo que debía hacer, coger. Los toreros necesitamos del toro, así que no lo maldigo.
-No fue noble, eso se puede decir.
-Era un poco bruto. Cuando iba hacia él sabía que debía imponerme sin brusquedades, que debía convencerle, ya sabes, o él o yo. Y hubo un momento en que pude disfrutar. Aunque él no tenía entrega ni franqueza, yo sí la tenía. No pensaba que iba a pasar lo que pasó pero sí que me iba a tirar a matar sin reservas y cuando uno asume esos riesgos sabe que pueden pasar estas cosas.
-¿Te diste cuenta rápido que te había herido?
-Lo supuse. Me dolía bastante. Durante la voltereta me pegó una coz y me dejó un poco conmocionado, pero no perdí el conocimiento. Recuerdo que cuando aún estaba a merced miré al suelo a ver si sangraba pero no veía sangre y en cierto modo me animó. Todo pasa muy rápido.
“Saber que estaba herido en cierto modo me alivió”
-¿Cómo que en cierto modo?
-Sí. Cuando me llevaban a la enfermería tenía una sensación extraña, como no veía sangre pensé a ver si no voy a tener nada y estoy haciendo el ridículo, pero en cuanto me quitaron la taleguilla vi la sangre y aunque parezca una chorrada me alivió. Por lo menos tengo algo, me dije.
-¿Y esto vale la pena?
-Sí –contesta sin dudarlo-. Merece mucho la pena.
EL SUEÑO
Alberto me cuenta que desde chiquito no pensó en otra cosa que en ser torero, que no ha contemplado otra posibilidad y que está deseando volver a ponerse el vestido de torear. “Me siento muy afortunado de poder decir que soy torero y estoy muy agradecido al toro y a todas las personas que el toro ha puesto en mi vida”.
Tiene diecinueve años, es hombre cortés y educado, y tiene un cuerpo enjuto y menudo, de tal manera que lo ves en la calle y te dices este es torero, premisa clave en las normas no escritas que manejan los aficionados que aseguran que para serlo lo primero es parecerlo… Nació en Calahorra y se trasladó a Valencia desde muy niño donde había una escuela taurina de prestigio. “Sucedió todo –recuerda- de forma muy natural, a mi padre le dieron trabajo aquí y yo quería venir a esta escuela. Y nos vinimos toda la familia. Quiero decir que, aunque no nací aquí, me siento muy valenciano”.
-¿Qué buscas en este mundo tan difícil?
-Nada concreto, simplemente es lo que he querido desde muy niño. Veía las corridas en la tele, me emocionaba saludar a los grandes toreros y ansiaba ser como ellos. Nunca contemplé otra cosa que ser torero ni busqué otra cosa que ser como ellos.
En ese tiempo se sacó el grado medio de gestión administrativa y tiene pensado completar esa formación. Se declara creyente, aunque no muy practicante: “Creo en Dios, pero no soy de los que llevan la capilla a los hoteles, no creo que mi suerte en la plaza dependa de ello”.
El primer vestido de luces se lo puso en Soria y su experiencia se limita a seis novilladas con caballos y una temporada anterior como alumno de la escuela de Valencia muy intensa. No es mucho, aunque se siente torero desde el primer día que se puso delante de una becerrita en una ganadería de Fustiñana: “Tuve mucho miedo, pero lo disfruté mucho. Cuando vi que pasaba cerca de mí me sentí muy reconfortado y muy torero, era una becerrita muy chica pero entonces me pareció un toro”.
“El toro hizo lo que debía hacer, coger. Los toreros necesitamos del toro, así que no lo maldigo”
No es de salir mucho, aunque sí tiene amigos al margen del toro así que las renuncias festivas a que se supone obliga una vida de torero, en su caso no son tales.
-Eso me lo dices porque soy periodista, para que no lo cuente, le replico.
-No, no. Es verdad. Para mí llevar una vida de torero no supone ninguna renuncia ni privarme de nada. Como estoy tan a gusto haciendo lo que hago no me atraen otras actividades.
Una mirada impaciente del entorno y el recuerdo de que la víspera se desmayó me da a entender que la charla debe ir acabando. Lo adivina y me guiña el ojo: “No hagas caso, estoy bien”. Antes de irme, una duda, le bromeo:
-¿Tú eres torero de arte o de valor?
-Un torero de arte sin valor no vale para nada y al revés. Lo importante es vencer el instinto de conservación, con eso vale. Yo prefiero que me digan que soy un torero clásico y me gusta improvisar, que es lo que se recuerda.
-¿La magia?
-Eso, la magia.
-Pues mucha magia.