Valencia es tierra de banderilleros. Y a mucha honra. Sus nombres forman parte del mejor acervo taurino de la tierra, leyendas vivas que en muchos casos completaban el interés de los carteles. De aquí salieron muchos nombres que pasados los años conservan intacta su gloria. Blanquet, que fue el hombre de Joselito El Gallo sobre todo ante los toros difíciles, Morenito de Valencia, que lo fue de Juan Belmonte nada menos, más eficaz el primero, más pausado, cuentan, el segundo; pasados no muchos años surgió, por nombrar solo los más grandes, otra pareja, Alfredo David y El Alpargatero, el primero fue el hombre entre otros de Manolete antes de irse con Luis Miguel, el segundo lo fue de Domingo Ortega nada menos y de La Serna además de haber estado en sus primeros años en la cuadrilla de Granero; Paco Honrubia fue poco menos que un genio de los setenta y ochenta al que su carga personal de bohemia y rebeldía que le acompañó siempre le frenó profesionalmente tanto como engrandeció su leyenda; amigo, partidario y heredero de su estilo fue Manuel Montoliu, sin duda menos artista pero más poderoso y eficaz, el más completo, que acabó ganándoles la partida a todos una infausta tarde en la Maestranza de la misma manera que Gallito se la ganó a Juan aquella terrible tarde de Talavera.
Guillem, Honrubia y Capilla plantaban una senyera torera en el centro de las Ventas
Claro que ha habido más, muchos más, de la primera etapa se recordaban en los mentideros las hazañas de El Trallero, que actuó a las órdenes de Gaona en sus campañas españolas por recomendación de Blanquet y acabó su carrera banderilleando toros con una sapiencia asombrosa en las capeas, a tanto el par tras ajuste con los alcaldes de cada lugar, cuando un ataquet, decían los mayores, debió de ser una hemiplejia, le había restado facultades. Otros nombres importantes prácticamente contemporáneos fueron entre otros José Ferrer, Celis, Félix Guillem, Pepe Moncada, el malogrado Marzal del que todos los que le conocieron hablan maravillas, Pepe Luis Díaz, Alejo Oltra, los Capilla o, los más recientes todavía, Copetillo o Luciano que fueron excelentes capoteros. Un trío de estos últimos, Guillem, Honrubia y Capilla, en repetidas ocasiones y a las órdenes de Ricardo de Fabra, se convirtieron en atracción especial en las agosteñas de Madrid donde sus triunfos para los aficionados de Valencia eran como plantar una senyera en el corazón de Las Ventas.
También en el campo de los matadores ha habido nombres de la más alta categoría con los palos, Félix Rodríguez fue uno de ellos, un clásico, al que se le consideraba un superdotado en todos los tercios y al que solo la enfermedad pudo vencerle; y no se puede obviar lo que fue en banderillas El Soro, un innovador de la suerte con aportaciones personalísimas que luego adoptaron otros matadores.
Los chicos de la Escuela rinden homenaje a los grandes maestros con una exhibición con los rehiletes
Rescato todos esos nombres con sus glorias a raíz de la esperanzadora exhibición banderillera que hicieron los chicos de la Escuela en el reciente festejo en el que se conmemoraba el cuadragésimo aniversario de la entidad. Tercios de banderillas compartidos con estilos muy reconocibles, unos apostando al clasicismo de los de cuarteo elegante y salidas del toro airosas y pausadas; otros apostando a la espectacularidad del poder a poder y los quiebros, todos hecho con sincronía y la facultad añadida de hacerlo frente a la movilidad imprevisible, informalidad lo denominaban los clásicos, de los novillos erales que acudían al cite a velocidades de vértigo. Éxito en el que seguro tiene mucho que ver el que los dos maestros, Víctor Manuel Blázquez y José Manuel Montoliu, fueron excelentes rehileteros.
El éxito tuvo nombres propios: Simón Andreu, de Chiva, Bruno Gimeno, de Sedaví y Hugo Masía, de Algemesí, compusieron la terna del éxito, además banderillearon en solitario Marco Polope, con aire muy de esta tierra, Dani Artazos, Albert Olivares, Iker Rodríguez y Víctor Roig.
Y en honor a tan brillante momento de la tarde del aniversario me apetece, soñar es libre más allá de lo que depare el futuro, recuperar los versos del poeta. De Lorca nada menos: Tres banderilleros en el redondel / Sin las banderillas, tres banderilleros/ Solo tres monteras, tras los burladeros/ Uno, dos y tres/ Luego tres capotes en el redondel/ Puntos cardinales/ De una geografía de sol y de sangre…
El genial Paco Honrubia daba especial importancia a la preparación del par, su par. Hay que fijar el toro y hay que hacerlo con distinción, sin sobresaltos, sin que los brazos sobrepasen las peras de la montera, decía, y una vez fijado, “justo entonces hay que andarle completamente relajado. Andarle de frente entre los dos pitones, despacio, muy despacio, totalmente entregado y olvidado de todo lo que te rodea. Se deja que el toro se arranque primero y se le va midiendo con el hombro izquierdo o con el derecho según por el lado que el torero vaya a salir del embroque. Llegada la reunión se lleva una mano a buscar la otra sin mover esta. Este movimiento hace que sin querer se mueva el cuerpo. Al quedar enfrontilado con el testuz, entre los dos pitones, las manos se han juntado y salen con precisión de abajo arriba para clavar mirando el hoyo de las agujas con los pies apoyados en el suelo. En el embroque hay que saber girar sobre las puntas de los pies dando salida al toro apoyándote en las banderillas. Si miras las defensas del toro en el momento de clavar es imposible clavar en su sitio, te hace perder el paso y el par nunca resultará”. Honrubia remataba: “El toreo como la música y la pintura no tiene horizonte porque son arte. Siempre se irá avanzando y nunca se llegará al final. Fácil- concluía-, es enseñar la técnica del toreo, lo difícil es despertar el sentimiento y la inspiración”.
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