La vida no pasa por un diván. Las estrellas de las teles se creen que la vida pasa por un diván, el suyo, en un plató, el suyo, bajo una idea, la suya, y en busca no de la verdad o de la realidad coherente, sino del éxito de audiencia. Los políticos y los medios, las gentes que viven de decir (de hacer, depende) manejan el lenguaje de forma pervertida. Existen elementos correctores a esta perversión, pero, mientras dura la misma, el efecto es negativo. Es muy negativo, más en una sociedad manejada por medios y desde los medios. Vamos con un ejemplo: la palabra “asesino”.
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