Detrás de la foto del día que ha dejado el último encierro de Pamplona hay una historia de nostalgia y sentimiento. El corazón se ha encogido esta mañana en la misma curva de Estafeta, cuando Chirrino, un miura de 620 kilos, se lanzó sobre el vallado y a punto estuvo de descolgar a un corredor, aplastándolo literalmente con su impresionante testa. Afortunadamente todo quedó en un susto.
El protagonista de este incidente es un veterano y conocido aficionado castellonense. Se trata de Alberto Guillamón, apodado “Torrechiva”, de 69 años de edad y habitual de los encierros. Torrechiva nunca falta a la cita sanferminera y cada año corre con sus amuletos que, quién sabe si esta vez le han salvado la vida. En su cuello lleva colgadas las cenizas de su hijo, fallecido en junio de 1999, poco tiempo después de haber corrido en Pamplona en lo que fue su debut y despedida de los sanfermines. Aquel año, padre e hijo corrieron juntos un encierro y, a punta de periódico, llevaron a un toro rezagado hasta la plaza. Aquellas fotografías de ese momento histórico e inolvidable para Torrechiva, las lleva estampadas en su camiseta desde entonces, otro amuleto más que esta vez le ha echado un capote.
Esa camiseta con franja roja y blanca es la misma que llevaba su hijo aquellos sanfermines, y la que desde hace unos años lleva con honor uno de los mejores corredores del momento, Mateo Ferris, sobrino de Torrechiva, y que siempre ha asegurado que esa camiseta es como un amuleto. Nada más lejos de la realidad. Mateo Ferris, que hoy no ha podido correr el encierro de los miuras porque debuta como torero de plata en la novillada que tendrá lugar en Vilafranca, asegura que su primo, desde el cielo, le ha hecho el quite a su tío.
Justamente hoy se cumplen diez años de una gesta que todavía se recuerda de Torrechiva, quien salvó la vida de un corredor australiano corneado en Mercaderes, precisamente por un miura, cuando puso en riesgo su propia vida para salvar la de un compañero al colear, sin pensárselo, al miura encelado en su presa.