El diestro Pedro Gutiérrez Moya, conocido como El Niño de la Capea, provocó este jueves un nuevo lleno en el Club Taurino de Pamplona. El salmantino recordó sus comienzos como torero, explicó su arranque como ganadero y elogió, entre otras cosas, el ambiente de la plaza de toros de Pamplona.
Respecto a sus primeros pasos en el toreo fue claro. “Gracias al toreo, he podido ser ganadero. Como torero, mi primera arma para abrirme paso fue el hambre. Mis padres eran pobres. Éramos seis hermanos. Mi padre, emigrante en Alemania, venía a vernos en cuanto podía y aportaba el dinero. Cuando vi que el toreo era mi camino, se me llenó el alma de ilusión, de sueños. Soñé con triunfar en todas las plazas del mundo. Lima, Quito, Venezuela, México, España… en todos estos lugares indulté toros. Tengo la suerte de tener el trofeo al triunfador en todas las ferias que existen. La clave fue que siempre estaba convencido de que lo iba a hacer”, afirmó.
Pero no todo fueron triunfos; superó asimismo numerosas cornadas: “Sufrí varias, es parte de la profesión. La primera, la padecí por orgullo juvenil. Toreaba mano a mano con El Viti. Yo me quería comer a El Viti y me olvidé del toro. Y lo pagué. Pero me dio crédito para reafirmarme en lo que quería, ser torero”.
Como diestro de alternativa, sumó más de mil doscientas tardes en Europa, y estoqueó más de dos mil quinientos toros. De todos ellos, uno continúa instalado en su memoria. “Tengo un toro que no olvidaré jamás, que me hizo sentirme inteligente para torear aunque fue un fracaso total, absoluto. Fue un toro de Pablo Romero en Madrid, posiblemente en 1975. Lo cuajé de capa. Empecé la faena con una rodilla en tierra hacia los medios. Aquello era un alboroto. Y en los medios, dejé que se viniese el toro, unos treinta metros. Se vino. Me metió el pitón entre las dos piernas y todavía estoy viendo la plaza boca abajo. Fue tal el shock que mi reacción fue levantarme, ir a por la espada y, sin cuadrarlo, asestarle un espadazo. No se oyó ni un solo pito porque nadie entendía lo que había pasado. Pedí que me dejaran pensar. Al domingo siguiente, corté un rabo en la misma plaza, de un toro de Buendía, alternando nada menos que con Camino y Puerta. Durante toda esa semana pensé que si ese toro de Pablo Romero me hubiese vuelto a coger, yo me habría quitado del toreo, por haberme acobardado, por haberme quitado el valor para toda la vida”.
Su faceta como criador de bravo
Actualmente, el ganadero salmantino posee tres hierros: El Capea, San Pelayo y Carmen Lorenzo. Todos de encaste Murube, aunque apuesta por la variedad de procedencias para el torero. “Cada toro te enseña algo. Si te acostumbras a un encaste, cuando te cambian el toro, no sabes cómo meterle mano. Recomiendo siempre variedad de encastes. El torero se tiene que hacer toreando. Y yo me hice toreando, y por eso creo que una de mis cualidades más importantes y que me sacaron de muchos apuros fue el conocimiento de todos y cada uno de los encastes”, aseguró.
En este sentido, rememoró sus comienzos como criador de bravo. “El mundo del toro siempre es muy difícil, muy esclavo, y es de una afición enorme y de una cura de humildad constante. Compré una ganadería, compré un encaste puro -murube-, pero muy desigual. Cuando no sabes, lees y preguntas. De todo, se te va quedando a algo. Después, te tienes que atrever a probar, partiendo de lo que te han dicho. Luego entra el gusto, qué tipo de toro buscas, qué toro quieres hacer. Te llevas muchas sorpresas. Hay que invertir muchísimo dinero, porque no todo lo que nace en una finca sirve para una corrida de toros, no todo hay que llevarlo a toro; sólo lo que crees que va a dar juego. Si te equivocas, te equivocas tú. Si aciertas, aciertas tú. Tienes que tener en la cabeza aquel toro que te habría gustado torear. Y para ello tienes que hacer muchas pruebas”, comentó el salmantino.
Gutiérrez Moya explicó sus primeros pasos como ganadero: “Un representante de los Chopera me dijo que Carlos Urquijo vendía una camada de eralas y una de añojas sin tentar, y a precio muy barato. Le dije que las comprase. Al mismo tiempo, había comprado vacas, pensando en ser ganadero, a José Matías Bernardos 'El Raboso', de puro encaste domecq. Traje las vacas de Urquijo, 175 vacas en total y sólo aprobé 33. Me llamó la atención ese encaste, tanto que lo de El Raboso lo quité. Con el tiempo, aprendí que genética, selección y manejo son los tres pilares para ser buen ganadero. Me atrevo a decir que mi encaste ya no es Murube, es mío, porque tiene muchísimas generaciones de vacas bajo un mismo criterio, sin influencia de ninguna otra ganadería de alrededor; si acierto, acierto y, si no, pues he metido la pata”, aseguró.
Pamplona, única y como siempre
El Niño de la Capea toreó en Pamplona en 18 ferias, en las que hizo 25 paseíllos, estoqueó 50 toros y cortó 8 orejas y un rabo, éste en 1974. Como ganadero, ha estado presente en 16 ferias de San Fermín, en las que ha lidiado 95 toros.
En el año 2000, a nombre de Hnos. Gutiérrez Lorenzo, se hizo con el premio de la Feria del Toro, a la corrida más completa, dentro de un cartel completado con Enrique Ponce, El Juli y Francisco Marco. Tras una gran faena que todavía se recuerda, el diestro navarro consiguió una oreja de Narciso, número 46, negro, de 550 kilos, lidiado en tercer lugar en la corrida celebrada el 13 de julio, toro premiado con el Trofeo Carriquiri al ejemplar más bravo del ciclo sanferminero.
“Pamplona es la única plaza o una de las poquísimas que no ha cambiado nada desde el primer que la conocí. Tiene una forma de ver los toros, de ver su fiesta, que no la tiene ninguna plaza. Algunos toreros nuevos, que no la conocen, se vuelven locos con el ruido, con la música, con el barullo. Se quejaban de que no se les hacía caso. No te equivoques –les decía- el más borracho te está haciendo más caso del que tú te crees. En Pamplona, siempre que hay un esfuerzo, hay premio. Incluso en esas faenas en el cuarto toro –el de la merienda- los mozos, cuando ven algo importante, se olvidan hasta de la merienda y pegan un olés extraordinarios. Torero que hace esfuerzo, torero que vuelve. Siempre se le agradece el esfuerzo. Ese toro voluminoso, de enorme cornamenta, es difícil de torear, pero cuando algún torero le coge el temple, el público se entusiasma. Y eso muy bonito, para verlo y vivirlo como profesional”, afirmó el diestro.
Preguntado por el público, se refirió también a la alternativa del pamplonés Lalo Moreno, que esa misma tarde se cortó la coleta. Fue el 17 de agosto de 1987 en la plaza de Tafalla. Niño de la Capea ejerció de padrino. “Fue algo que no había visto en mi vida. Nos descuadró a todos. No lo esperaba ni su propia familia. Un torero que toma la alternativa, que está extraordinariamente bien con el primer toro, que le corta las dos orejas y que en su segundo se corta la coleta es algo que no tenía sentido. Él ya lo tenía en la cabeza. Era el único que lo sabía. Fue una anécdota que no la he vuelto a ver en mi vida, fue maravillosa. Lo siento porque no lo pude volver a ver torear. Pero él debe estar satisfecho y orgulloso”, concluyó.
Por último, se refirió también a los encierros de San Fermín: “Mis toros lo protagonizaron por primera vez en 1999. Ese día, tenía inquietud, una gran ansiedad por saber qué iba a suceder. No sabía cuál iba a ser la reacción de los toros. Una vez concluido, comprobé que los corredores estaban encantados con el ritmo con que habían galopado y eso me produjo mucha alegría. Espero que algún día volvamos al encierro. Ahora bien, reconozco que yo no tengo valor para correr un encierro, no me atrevo, no soy capaz. Por ello, considero que los corredores tienen muchísimo mérito”.
Terminada la charla, Pedro Gutiérrez Moya fue agasajado con una figura en plata de San Fermín y con un pañuelo rojo del Club Taurino de Pamplona, que le impuso su presidente, José María Sevilla. La jornada concluyó con una cena de hermandad.