El Niño de las Monjas cortó dos orejas y abrió la puerta grande. Lo soñado para una tarde de debut en Fallas. El valenciano hizo valer la decisión por encima de cualquier otro argumento. Vino a triunfar y triunfó, se salió con la suya pues. Si a los novilleros les pedimos querer y querer este Niño de las Monjas no dejó de querer ni cejó en su empeño y quiso y quiso y quiso hasta alcanzar el objetivo. Así que nadie le niegue su derecho ni su honor. Dos orejas, puerta grande, misión cumplida. Tiempo habrá, eso se espera, para exquisiteces.
Otro tanto pudo lograr Álvaro Alarcón si el presidente le hubiese echado cuentas a la demanda popular que pedía oreja incluso cuando ya arrastraban el quinto, pero hizo oídos sordos y el chico se quedó compuesto y desolado. Y más de lo mismo estaríamos hablando de Perera, que falló con la tizona en su primero y cobró volteretas sin miramiento y sin amilanarse, digamos que a la antigua usanza cuando la falta de oficio se compensaba con decisión. Nada preocupante, todo lo contrario si no tuviese la alternativa tan cerca y en plaza de tanto relieve como Sevilla. Sucedió frente a una seria novillada de El Pilar, de buen juego en general y excelente presentación, incluso excesiva, en tarde fría y desapacible que lo hacía todo más difícil. Resumiendo, si el toreo fuese ganas, ilusión, empuje, arrojo, hambre de gloria, más cornadas da el paro… diría que estábamos ante tres figuras pero como el toreo es eso y mucho más, habrá que esperar.
La feria, que cumplía su tercer capítulo, no va mal, pero no ha logrado liberarse de la dependencia del maldito termómetro que se ha empeñado en poner a prueba la capacidad de convocatoria del toreo y bajo cuatro llaves el calor ambiental tan necesario para disfrutar de una buena tarde de toros. Frío y viento -¡mal lote!- acabó siendo un séptimo e ilidiable marrajo que nunca se entregó y lo puso todo más y más difícil.
El triunfo del Niño de las Monjas llegó tras irse a porta gayola de primeras; su secreto fue imponerse al viento y a los nervios; no echarle cuentas al volumen de sus oponentes (sus compañeros tampoco hicieron caso a tan determinante cuestión); superar los desacoples que le visitaron con frecuencia en las dos faenas; fue clave igualmente que no se rindiese en ningún momento; y matar con eficacia a los dos.
Álvaro Alarcón tuvo el mérito de superar un embarullado recibimiento a su primero, que fue devuelto, trago que a más de uno le hubiese hundido la moral. Lo superó de inmediato en el sobrero y de su actuación hay que destacar la firmeza. No es torero de los que entran por los ojos por su hechura pero sí de los que te ganan el corazón por su valor. Torero de plantas asentadas, de los que no se quitan, más que a la estética envidan a la emoción, que en el toreo es apuesta que suele tener premio. Si le hubiesen medido con la misma vara que al compañero se hubiese ido a hombros de los costaleros. Justificó su inclusión en la feria. De recomendado a recomendable.
Manuel Perera era el más toreado y no se dejó nada atrás. Otro que se arrimó de pie, de rodillas, por lo civil y por donde hizo falta. Parecía blindado contra volteretas, las cobró de distinto estilo y forma, nada que le arredrase, atacó y volvió a atacar, viniendo con quien venía, Ciclón Padilla, no podía ser de otra forma. Ni se miró cuando era evidente que llevaba un puntazo cuando ya había decidido que no se iría de vacío. Lo logró con la oreja del sexto.