DESDE EL ARENAL

El quite de los médicos

Carlos Crivell
martes 15 de octubre de 2024
La cirugía taurina es una cirugía de guerra porque contiene todos los elementos que así la definen: la imprevisión, la urgencia y la magnitud de los daños que se producen

Hace cincuenta años el Sanatorio de Toreros estaba lleno en plena temporada. Por fortuna, en los tiempos que corren los percances no son una plaga como antes. Las causas de esta disminución de cogidas son diversas, entre las que la propia realidad de la Fiesta no es ajena. A pesar de este descenso, durante el verano ha habido cornadas escalofriantes en plazas de tercera categoría en las que de nuevo se ha puesto de manifiesto la importancia de los cirujanos taurinos.

La más impresionante es la del novillero Roberto Cordero en Cadalso de los Vidrios, en la que sufrió una tremenda cornada en el muslo derecho con una profusa hemorragia, que fue cohibida por el puño de una enfermera de la que solo conocemos sus iniciales, B.R., y que hay coincidencia en afirmar que su labor precisa y eficaz salvó la vida al joven torero. En la propia UCI instalada en la plaza, los médicos procedieron a controlar el sangrado y lo trasladaron al hospital de Móstoles. La historia en este centro es conocida: nueva operación, algunas complicaciones de riego vascular y finalmente la salvación de la persona y de la pierna. Pero no quiero ni pensar los 15 minutos que estuvieron comprimiendo la zona hasta que cesó la hemorragia. La labor de la doctora jefe del equipo, D.G., fue fundamental. Y debe quedar constancia de ello, así como el agradecimiento por esa primera intervención de urgencia.

Algunas fechas antes asistimos a la cornada del mexicano César Pacheco en Calasparra, que se produjo en la región cervical izquierda con disección de la vena yugular interna y la arteria carótida. Además, una profusa hemorragia procedente de la carótida externa. La actuación providencial del doctor Ricardo Robles fue salvadora. Pacheco salió de alta del hospital de Murcia después de comentar que había visto de cerca a la muerte.

Ha habido más percances, todos ellos en plazas de tercera, como el de Bruno Aloi en Los Molinos; el del banderillero Álvaro de Faranda en Becerril de la Sierra, así como el del también banderillero Víctor Pérez en Valencia de Don Juan. No hay dudas de que el toro sigue teniendo mucho peligro, más si sale con toda su integridad y ello le ocurre a toreros jóvenes con un nivel de experiencia menor que otros mucho más curtidos. Y en las plazas de los pueblos.

Todo lo anterior vuelve a poner de relieve la importancia de la cirugía taurina, que, como se sabe, es una cirugía de guerra, porque contiene todos los elementos que así la definen: la imprevisión, la urgencia y la magnitud de los daños que se producen. El cirujano taurino asiste a un festejo sin saber en qué momento tendrá que salir corriendo para la enfermería, si es que existe, o para la ambulancia, para tratar unas heridas de alcance incalculable, que allí mismo debe reconocer y tratar. Y si el tratamiento allí es imposible, debe lograr la estabilidad del herido para que lo trasladen al centro hospitalario más cercano, donde debe estar preparado un equipo de Cirugía Vascular. Estos casos referidos de Cadalso de los Vidrios y Calasparra son el mejor ejemplo de lo ingrato, y lo necesario que es el trabajo de los médicos taurinos.

En la historia del torero hay una fecha crucial que cambió muchas cosas en cuanto a la equipación de las enfermerías. Fue la muerte de Paquirri hace ahora 40 años. La precariedad de la enfermería de Pozoblanco, aquella carretera interminable e infernal que llegaba a Córdoba, todos los ingredientes de la tragedia trascendieron por la Fiesta. Fue una llamada de atención que consiguió que en Pozoblanco se inaugurara un hospital bien dotado, así como que se adecuara la carretera. Pero se consiguió que se tomara constancia de la importancia de la cirugía taurina.

En mi memoria de una larga vida como informador, siempre recordaré al doctor Ramón Vila, aquel al que Paquirri llamó en su último aliento, un luchador para que la especialidad se reconociera de forma oficial. Vila, tan sabio, el mismo que tuvo que afrontar en el año 1992 dos muertes en Sevilla, se murió sin que llegara el reconocimiento de la especialidad. Cuando se comprueba que hay equipos como el de Cadalso de los Vidrios o Calasparra, a uno se le tranquiliza el ánimo, porque sin que sea una materia oficial, los cirujanos que tienen el talante de esperar a ver qué ocurre en una plaza de pueblo son los verdaderos ángeles de la guarda del toreo. No hay ningún acto médico tan incierto como que llegue a la mesa de quirófano un torero herido sin saber las trayectorias o los daños causados. Repito: cirugía de guerra.

La propia menor incidencia de las cornadas en estos tiempos es un factor en contra, porque conlleva una cierta relajación en los equipos. Esta temporada, no muy cruenta, nos ha deparado ejemplos de que el peligro sigue al acecho, mucho más cuando el toro es grande y astifino, los toreros son todo entrega con poco oficio, y las plazas están lejos del mundanal ruido.

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