Avión Madrid hacia DF. A mi derecha, un joven vestido de marca cara que le concede el aspecto de quien puede estar a punto de robar o como recién salido de unos salones de juego donde se asesinan aeronaves de forma virtualmente sadica. La ropa de marca ya no marca nada. Izquierda, luego del pasillo por el que pasan azafatas que sin duda llaman la atención por su excelente profesionalidad (echo de menos menos profesionalidad y más azafata, y pueden llamarme machista), una pareja que pide comida vegetariana. Hablan en inglés pero él es francés y va disfrazado de zorro con un rabo incómodo que no sé por qué no se lo quita. “Quiero sentir cómo viviría un zorro en el mundo de los humanos”. Lo dice desde una cara lampiña con perilla y una ropa que comienza a oler a zorrera. Y para qué carajo querría un zorro subirse a un avión, le digo en perfecto francés. Dice no comprenderme. Bueno. Yo lo que creo es que del zorro te mola el tamaño del rabo. En perfecto francés y mirando a ella.
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