Eran las diez de la mañana del pasado día treinta, cuando dirigiéndome a almorzar con antiguos compañeros de trabajo, sonó el móvil. Se trataba de Nacho González, para darme una noticia lacónica y escueta: “Se ha muerto Diego Puerta”. El torero fue el tema de conversación de la mañana. Una catarata de recuerdos, inundó la conversación del almuerzo.
Soy de los que mantienen la teoría, que hay una hornada de figuras del toreo, que nos marcan como aficionados para siempre. Son esos toreros que emergen como figuras, cuando tenemos alrededor de los veinte años. Diego Puerta, que junto a Camino y El Viti fueron los tres toreros que marcaron para siempre mi pasión por el toreo. De Diego Puerta se puede decir, copiando lo que Lorca escribió sobre Sánchez Mejías que no he visto en el toreo un valor tan de veras, como el valor de Diego Puerta. Me vienen los recuerdos de juventud comprendidos entre el 58 y el 74 del siglo pasado. Justamente los mismos que Diego Puerta en los ruedos. Dieciséis años consecutivos, con unas setenta corridas por temporada, sin un renuncio, sin un descanso, sin una estratégica retirada; y un largo récord de cornadas…
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