Y para que todo no sea felicidad en este tiempo, duele el persianazo televisivo de OneToro TV, de las retransmisiones televisivas para ser más concreto, que es (era) su argumento existencial. Sin retransmisiones no hay gran argumento ni mucho me temo existencia. Ahora queda la esperanza de los adagios, ¿a qué acogerse si no?… y refugiarse en aquello de que cuando una ventana se cierra se abre una puerta, ya sé, el razonamiento es una ilusión más que una realidad, pero a algo hay que cogerse. Ahora habrá que estrujarse el magín, confiar en la santa providencia y esperar el milagro de la llegada de otras compañías, a ser posible con más riñón económico, para resolver lo de negativo y/o desilusión que trae ese último corte de la tele. Hay quien piensa que el cierre va a beneficiar la asistencia a las plazas por consiguiente mejorar la imagen, argumento que en el supuesto de ser cierto entiendo como cortoplacista teniendo en cuenta que, a corto, medio plazo, en una sociedad tan condicionada por lo mediático lo que no sale en la tele es como si no existiese, así que habrá que esperar el milagro. Tampoco es una situación novedosa, el toreo es un milagro que vive de los milagros como el ralentizar la furia de un toro; como criar al propio toro bajo el mando de una dirigencia urbanita que ni sabe ni entiende lo que es el campo más allá de las excursiones dominicales y sus melifluos buenismos; del milagro de poderle a la agresividad de los Urtasun que en el mundo ha habido y habrá; o tampoco es milagro resistir al ninguneo egoísta y sistémico de las muchas administraciones que se consideran favorables, de los presidentes ineptos y/o de los truhanes del propio toreo… Y lo bueno es que no se trata de una novedad, el toreo ha sobrevivido en ese alambre desde siempre, así que si ha resistido hasta ahora cabe pensar que seguirá resistiendo tras la tocata, fuga y señalamiento de OneToro TV.
Que en la planificación de OneToro TV no hubiesen previsto la lamentable existencia del pirateo, ni calculado los posicionamientos de un sector que nunca se distinguió precisamente por sus planeamientos colectivos ni mucho menos por abrir la mano a los intereses generales, que no hayan tenido capacidad económica para resistir, ha sido óbice para que sacasen el bastón en el comunicado final y nos señalasen a todos. Algo de culpa habrán tenido sus sucesivos dirigentes, alguna culpa se podían haber reservado. En este lado hicimos lo que podíamos, pagar. Ahora la esperanza está puesta en lo que puedan hacer las televisiones autonómicas. No hace tanto, unidas a través de la FORTA daban grandes acontecimientos con sustanciosos resultados en la difusión. Todavía podrían repescar la fórmula.