Este 10 de agosto se cumple el centenario de la muerte de un artista genial, Joaquín Sorolla Bastida (Valencia, 27 de febrero de 1863 – Cercedilla, 10 de agosto de 1923), valenciano universal y maestro de la luz y el color. Pese a que algunos de los estudiosos de la vida de Sorolla afirman que no fue aficionado a los toros, la investigadora Fátima Halcón, en su trabajo “Sorolla y la pintura taurina”, señala que resulta complicado pensar que “un pintor tan aficionado a captar el instante, a fijar la luz y con un sentido cromático tan acusado no se sintiese atraído por uno de los espectáculos tan arraigados en la cultura española y de mayor entidad plástica”.
No vamos a descubrir ahora al genio, pero sí incidir en que en su vasta y amplia producción pictórica, el genial artista hizo una breve inmersión en el mundo del toro, que sintetizaremos ahora en algunas de sus obras más representativas de esta temática.
Capea en Torrente (1888), refleja una escena costumbrista de las fiestas de un pueblo, en que un astado remata con fuerza a una talanquera, provocando que las mujeres y niños que allí se refugian, huyan del lugar. Un guiño a la fiesta de “bous al carrer”, tradición muy arraigada en su tierra.
“Antes de la corrida” (1890). Se ve claramente que refleja la plaza de toros de Valencia, en la escena previa que viven los protagonistas de una tarde de toros momentos antes de empezar la corrida en el patio de cuadrillas. Es una composición alegre, llena de color y movimiento, el gentío compuesto por los toreros, los alguaciles, picadores y banderilleros se juntan y comparten charlas. Cada uno se pueden identificar por su indumentaria propia, los toreros y cuadrilla con traje de luces, el picador que monta a caballo y los dos alguaciles, encargados de abrir la corrida, a caballo y que visten de negro y con un sombrero de plumas.
El encargo que le llegó por parte de Archer M. Huntington en 1911 para decorar la biblioteca The Hispanic Society of America de Nueva York, para lo que debía de realizar una serie de cuadros sobre las provincias de España, hizo que surgieran dos de temática taurina:
El cuadro “El encierro”(1914) describe una escena de lo más campera: mayorales, dos garrochistas en primer plano, y otros tres al fondo, conducen a los toros hacia los cercados, pastos o a un punto de embarque, a través de un camino rural, paraje de pitas y chumberas que bordean el camino de tierra y las vías del ferrocarril. La escena parece situarse en la finca Las Delicias, que se atribuye a la familia Miura.
“Los toreros” (1915) refleja un paseíllo en la Real Maestranza de Sevilla. La escena muestra el final del paseíllo de las cuadrillas al comienzo de la corrida, cuando los toreros llegan ante la presidencia y saludan. Este cuadro, muy criticado por algunos por la temática, se trata de una de las piezas maestras de la colección, pues reúne muchas de las cualidades de la pintura sorollesca. Las quince figuras masculinas que componen el núcleo de la escena se recortan sobre el fondo, traslapándose unas con otras por diferencias de color en los trajes o las caras y encajonándose en la arena como piezas adheridas. Cada uno de los rostros de los toreros y del alguacil han sido tratados con criterios plásticos diferentes, resultando algunos muy definidos y otros casi emborronados, unos en luz y otros en sombra. Es de las piezas de Sorolla en las que la impronta velazqueña y manetiana es más evidente. La masa de cabezas y sombreros constituye el público del tendido.
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