FERIA DE LA COMUNIDAD VALENCIANA

Éxtasis poncista en Valencia: memorable final a una carrera de ensueño

José Ignacio Galcerá
miércoles 09 de octubre de 2024
El maestro de Chiva cierra su etapa en los ruedos españoles con una tarde inolvidable en la que las emociones y los sentimientos estuvieron a flor de piel; una muchedumbre de toreros y aficionados se lo llevaron por la puerta grande hasta el hotel en una salida a hombros histórica

Apretones en las puertas y las bocanas. El patio de cuadrillas a rebosar. Los fotógrafos no daban abasto. La Sociedad Musical La Artística de Chiva, afinada, amenizó la previa. Chiva y Valencia -¡cómo no!- como punto de partida y final para una carrera de leyenda. Dos senyeras gigantes presidiendo el ruedo, el himno del maestro Serrano que no podía faltar en un día de tanta valencianía y la voz de Francisco, acompañado en esta ocasión por 10.000 gargantas, como banda sonora. Ese fue el primer gran momento de la tarde, luego vendrían muchos más, que ya hicieron aflorar sentimientos y emociones. Los rostros de Nek y Ponce, orgullo patrio, no podían ocultar las lágrimas en un instante tan especial. Tras un recuerdo que le entregaron sus paisanos a Enrique, una estruendosa ovación resonó con la plaza puesta en pie, en realidad lo estuvo desde que Ponce asomó por última vez por el patio de cuadrillas de su plaza. Y como si fuera el primer día, como si retrocediéramos en el tiempo hasta marzo de 1988, apareció con un vestido blanco y plata con cabos negros, réplica del que utilizó en su debut con picadores en Castellón.

Era el día de Enrique Ponce y acabó siendo en su totalidad de Enrique Ponce. Inconformista por naturaleza, no iba a dejar de serlo esta tarde, comprometido, cargó con el peso de la púrpura hasta el último instante, atacó desde el principio y fue más maestro que nunca. La afición, su afición, no podía fallarle un día así y no falló. Así que las taquillas lucieron el cartel de “No hay billetes” y la plaza un ambientazo. Cortó tres orejas que en las estadísticas habrá que sumar a las 115 que ya había conquistado en 105 paseíllos como matador en esta plaza. Y añádanle una puerta grande más: ¡37! que se dice pronto. Y la de esta tarde no fue por mero sentimentalismo. Se la ganó bien ganada.

El brindis de su primera faena a toda la plaza llevaba implícito el agradecimiento a un público que le arropó el primer día y lo hizo hasta el último. Ese segundo toro, de Garcigrande, como toda la primera parte de la corrida, traía unas hechuras algo bastitas y estaba por definirse en los primeros tercios. El inicio de faena fue marca de la casa, gobierno y temple, y un cambio de mano descubrió un pitón izquierdo por donde el toro embistió mejor dentro de su informalidad. Por ahí armó, mejor dicho, se inventó ¿otra más, cuántas habrán sido? la faena. Encontró virtudes en el toro que nadie veía, eso solo lo hacen los privilegiados como él, y las exprimió al máximo en una docena de naturales que fueron caricias. Los tiempos, las distancias, las alturas… No iba a quedarse con las ganas el último día de robarle muletazos por el pitón derecho, de más corto viaje por ahí el toro, y también acabó imponiéndose. En este toro afloró toda la capacidad del valenciano, que enterró la espada caída cuando sonaba el aviso. Como cayó también la primera oreja de la tarde.

Antes de la salida del cuarto, el que iba a ser pero luego no fue el último toro de la vida torera de Ponce en ruedos españoles, hubo un conato de ovación que no cuajó a la primera pero sí a la segunda intentona. Bisutero atendía por nombre el toro de Juan Pedro Domecq, ganadería fetiche para el valenciano, compañera de tantos éxitos en estos treinta y cuatro años. Pero este no quiso sumarse a esa larga lista de triunfos con los toros del hierro ducal. Esta vez, Ponce, tantas veces mago, no tuvo opción ni de obrar el milagro. Vacío el toro. Un marmorillo. Ese toro se lo brindó a su padre. Camino del callejón, Ponce levantó el dedo índice. Quería más. No podía irse con ese amargo regusto. Y pidió el sobrero de regalo. Las negociaciones entre empresa, autoridad y torero llegaron felizmente a buen puerto. Bravo por la sensibilidad de quienes tomaron la decisión en un día así, donde no cabían reglamentarismos. Mandaba la pasión. La pasión poncista.

Así que en séptimo lugar, Ponce lidió un sobrero “como agradecimiento a la afición valenciana”, según se anunció por megafonía ante la algarabía del público. Cuando asomó la tablilla y el público vio que llevaba el hierro de Juan Pedro Domecq, que hasta ese momento no había estado a la altura de la tarde, hubo más de una protesta. Triquiñuelo se llamaba, este sí, último toro de su carrera en España. Y este sí hizo honor a la ganadería. Fernando Sánchez -¡qué fantástica tarde la suya!- y Víctor del Pozo encendieron la traca con un fenomenal tercio de banderillas. Y de ahí no bajó la intensidad de la faena, creciente toda ella. Surgió el Ponce poderoso, primero para mandar sobre una embestida que lo exigía, luego la prodigiosa técnica para manejar distancias y alturas como nadie, y por último la seda para saborear como si fueran pequeños sorbos los últimos momentos de una carrera excepcional. Como no queriendo que terminara. Compás y precisión. Estuvo ambicioso como el primer día, insaciable como en toda su trayectoria. Bordó el natural de nuevo y mandón sobre la diestra. El éxtasis comenzó a apoderarse de la plaza que se desató con las poncinas, suerte de su invención, para culminar la obra. Antes de montar la espada se desencadenaron los gritos de ¡torero, torero! Lo mató por arriba, un golpe de descabello y al segundo dobló el toro y se extendió por los tendidos de la plaza un mar de pañuelos. ¡Dos orejas!

Cuando recogió el doble premio, ni siquiera iniciada la vuelta al ruedo, Fernando Sánchez se lo subió a hombros como un resorte y tras él, toreros y aficionados llenaron el ruedo para llevárselo en volandas. En mitad de la vuelta al ruedo se fundió en un abrazo con El Soro; un niño, subido a hombros de su padre, blandía una senyera en honor del torero más importante que ha dado esta tierra mientras retumbaba un castillo de fuegos artificiales que iluminaba el cielo. La puerta grande se abrió de par en par para despedir con honores a un torero de época que ha marcado la historia del toreo de las últimas cuatro décadas.

NEK ROMERO, MATADOR DE TOROS

También fue el día de Nek Romero, novillero surgido de la Escuela de Tauromaquia de Valencia, que se convirtió en matador de toros. No le pesó el ambiente, ni los maestros, que le arroparon en el doctorado pero no le dieron ninguna ventaja. Se dejó los nervios en el hotel y a su tarde le faltó ese golpe de suerte tan necesario en días tan claves. Se encontró con un primer toro dormido de salida. En el largo parlamento de Ponce en la alternativa, el toro salió suelto y lo tuvieron que cortar los banderilleros para que no interrumpiera la ceremonia. El espada de Algemesí tuvo dos problemas: la falta de ritmo del garcigrande, justo el celo, le costó romper de verdad hacia adelante, y un vendaval que maldita la hora a la que se presentó. El viento le ocasionó no pocos problemas a Nek para dominar la muleta, quedando descubierto en varias ocasiones y ante eso plantó los pies y tiró de una firmeza notable. Aguantó, se la jugó en más de una ocasión y volvió a demostrar que sobre un valor seco puede seguir creciendo. Sonó un aviso antes de montar la espada, dejando una estocada trasera al segundo intento, y otro cuando descabellaba.

El mismo aplomo que mostró Nek en su primer turno, lo confirmó en un quite por saltilleras, breve y anclado a la arena, en el toro de Talavante. Toreó bien al sexto de salida con el capote, ese toro cumplió en varas, bien picado por Chocolate. Brindó Nek a su padrino Ponce. Por estatuarios sin moverse y un cambiado por la espalda fue arranque explosivo. Y se levantó de nuevo un vendaval en la faena del toricantano. El toro pareció afligirse tras las banderas de la apertura. Y en la primera serie embistiendo al paso, un tropezón de Nek fue recurso para quedarse de rodillas y ligar un pase de pecho despacioso como signo de su deseo. Y tras ello, se afligió del todo el juampedro. Que ni pasaba. No podía. Un pinchazo, un segundo intento tirándose a matar sin muleta, otro signo de esa ansia de triunfo, y un pinchazo hondo.

Alejandro Talavante tuvo una de cal y otra de arena. El tercero fue un animal noble, con la raza escasa y al límite de querer rajarse. El extremeño estuvo por encima de las condiciones del toro, lo toreó bien, templado, y su faena prendió con más fuerza en el toreo de recursos y algún alarde que en el fundamental. Mató de una estocada baja, de efecto fulminante. Se le premió con un trofeo. El quinto de Juan Pedro Domecq fue otro toro descastado, muy agarrado al piso y a la defensiva. Ni un mero esbozo de faena. La nada. Mató de estocada trasera y caída al tercer intento.

Valencia. Miércoles 9 de octubre de 2024. Festividad de la Comunidad Valenciana. Toros de Garcigrande (1º, 2º y 3º), desiguales de presentación, nobles; y Juan Pedro Domecq (4º, 5º, 6º y 7º, lidiado como sobrero de regalo), desiguales de presentación, de pobre juego salvo el buen sobrero de regalo. Enrique Ponce, en su despedida española de los ruedos, oreja tras aviso, ovación con saludos y dos orejas tras aviso en el sobrero de regalo; Alejandro Talavante, oreja con petición de la segunda y silencio; y Nek Romero, que tomó la alternativa, silencio tras dos avisos y vuelta al ruedo. Entrada: Lleno de “No hay billetes”. Saludó en banderillas del segundo Fernando Sánchez y de nuevo en el cuarto, Javier Ambel en el quinto, y Víctor del Pozo y Fernando Sánchez, en el séptimo.

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