De buena mañana las app del tiempo daban viento para la tarde. Y fuerte. En un día de toros lo primero que hace uno es mirar la app o apartar los visillos de la ventana y fijar la mirada en las hojas de los árboles. Ayer lo comprobabas y lo volvías a comprobar más tarde y persistían los pronósticos. No tiene otro día, te decías. Así que maldecías a la app y de rebote a Eolo, enemigo número uno del toreo. Y no solo del toreo. El tal dios es malo para el toreo, malo para el campo, malo para los hombres… marca/hiere la fruta, hace ingobernables los toros, seca la tierra y trastorna las mentes de las personas. Y ahí estaba, agazapado en la maldita app, bandeando las hojas de los naranjos. ¡Joder! te decías en voz suficientemente alta como para que tu mujer se interesase por tu desazón. ¿Qué pasa?… Viento, puto viento. Y no se fue. Solo que no hay viento que trastorne a este Ponce. Y menos en su último día.
Si este espacio está dedicado a la contra crónica o al ambiente del entorno, hay que decir que a media mañana, en la habitación 217 del hotel Vincci ya se sentía la tensión de la corrida. No digo miedo porque este Ponce si lo tiene, que asegura en privado que lo tiene, lo disimula a la perfección. El vestido blanco y plata con los cabos negros, rememorando el primer terno que estrenó el maestro, reposa en la silla esperando la hora. El altar de las imágenes, el mismo que ha viajado con él desde el primer día, ya está montado. La Virgen de los Desamparados y la del Castillo, la de Chiva, la de Guadalupe, una imagen del Jesús Cautivo de cuya cofradía era hermano mayor nada menos que Manolete ocupan lugar preferente. Ayer el maestro no cumplió con el rito devocional de acudir a la basílica a pedirle a la patrona. “Más que pedir voy a darle gracias por lo que me ha dado hasta ahora”. Para evitar aglomeraciones, comentaba, había aprovechado la víspera cuando acudió al palacio de la Generalitat Valenciana donde le recibió el molt honorable president Mazón. Un honor como valenciano. Así que de honorable a honorable fue la cosa.
Acudí a desearle suerte. El apoderado y la cuadrilla acababan de llegar de la plaza y traían noticias del sorteo. En realidad, a Ponce no hay que darle muchos detalles de cómo son los toros ni andarle con rodeos, se los sabe de memoria desde que fue a verlos al campo. Profesionalidad y/o dedicación se le llama a eso. Solo los números: Te han tocado el 130 de Garcigrande y el 34 de Juan Pedro, no hubo gracia en esos, la suerte estaba reservada para el sobrero de Juan Pedro Domecq que salió con la etiqueta de regalo. En la habitación le acompaña Ana Soria, su compañera, en discreto segundo plano, poco después llega la familia, el padre, la hermana, los tíos y su niña Bianca, la debilidad del maestro. Antes de abandonar la habitación un niño aficionado llama a la puerta, quiere ver a su ídolo, la escena es enternecedora, le trae un escapulario y el maestro pide que lo añada al altar. Todo es hermoso y sensible, emocionante, el maestro se va a vestir por última vez en su Valencia. Se santigua, sale de la habitación camino de la plaza. Que nadie apague la luz que vuelve seguro y volvió, volvió.
Si Ponce se iba, el futuro asomaba unas habitaciones más allá. Nek Romero tomaba la alternativa, que es el primer gran sueño de todo el que asume la bendita locura de ser torero. Y si el toreo tiene mucho de sacerdocio, su papel era el de toricantano, le tocaba oficiar su primera gran misa en el redondel. La liturgia previa es la misma que la del padrino, la capilla, el vestido, las visitas, suerte, suerte, suerte… los miedos, las noticias que le traen del sorteo que, haya ido como haya ido, le contarán que ha ido bien, los dos están muy en tipo de embestir, te has llevado dos buenos toros, le apunta Santiago López, el apoderado. No ha cambiado mucho el ambiente en referencia al maestro, pero sí la tensión que impone estar jugándote el futuro a dos cartas. Nada de lo hecho vale ya, solo cuenta lo que suceda a partir de ahora. Dicho en valenciano, això va de bo. Pues eso. Y fue, el chico de Algemesí tiene cuajo de valiente y hambre de triunfo. Por su parte, Talavante, extremeño singular, tipo valiente y creativo, también cortés, asumía el protagonismo local, eso sí, sin renunciar a dar el sorpasso.
Todo no fue felicidad, el encanto y la liturgia de una mañana de toros de máxima expectación comenzaron a quebrarla desde los despachos de la autoridad, justo en el día de mayor ilusión patria. Una interpretación exageradamente restrictiva del reglamento (reglamentarismo ácido) paralizó el sorteo un tiempo. Se pretendía un cambio de criterio que no aceptaron los picadores. Desde ayer, no pudo ser antes de ayer ni en las múltiples corridas que se han celebrado en el año y en años anteriores con el mismo reglamento, con la misma autoridad, el criterio para el reparto de caballos de picar me refiero, no valía. Ni siquiera avisar de que el año que viene pensamos que debe ser así o asá, nada, ayer, al trágala, cuando más focos hubiese, cuando la imagen de una Valencia conflictiva resonase más. Que se lo hagan mirar. La autoridad de la autoridad debe interesarse. Días antes se empeñaron en meter en la corrida un novillo feo y tremendamente atisfino cuando los había bonitos, fuertes y hechurados, y luego pasó lo que pasó, que un chico está en el hospital, que no digo que no hubiese pasado con el bonito, pero pasó con el que ningún profesional quería. No valieron ni las sugerencias de la ganadera, señora de máxima corrección a la que se negaron escuchar. Ya se sabe, son los corrales de Valencia.