Menudean estos días las noticias sobre movimientos empresariales para las primeras ferias del próximo 2021. Y es bueno que las empresas se muevan y hagan proyectos sobre el papel, en cuanto a número de festejos y tope de aforo de las plazas. Pero no se debe olvidar que estamos en plena pandemia, en su segunda embestida, y que en un momento dado, todo lo que se hable y se proponga puede convertirse en papel mojado.
Tampoco hay que dejar de tener en cuenta hasta qué punto están decididos determinados miembros del Gobierno, con auténtico poder en el mismo, a continuar con el acoso y derribo a una fiesta que no se sabe por qué regla de tres han llegado a creer que con su aniquilación saldrían beneficiados electoralmente. Tampoco a estos elementos les conviene demasiado hacer castillos en el aire, no vaya a ser que se les desmoronen, puesto que la Historia nos dice con claridad que cuando un sector importante de españoles se sienten pisoteados en sus derechos suelen saltar chispas y surgen imprevistos difíciles de afrontar. Al menos por las malas.
Pienso, y ese derecho no me lo han quitado todavía, que lo lógico e inteligente, y a la larga podría resultar más positivo para todos, sería que se tratara de crear un sistema de diálogo, en el que se comprometieran miembros importantes del Gobierno y profesionales de la tauromaquia en el orden empresarial, artístico y ganadero, capaces de establecer normas de actuación lógicas y eficaces dejando a un lado los intereses tanto escuetamente económicos como políticos de unos y otros. Ignoro hasta qué punto esto sería posible en un país en el que el que está en posesión del poder no suele resistir la tentación de dejar patente aquello de “el que puede, puede y cartuchera al cañón”.
Bien que hagan planes grandes empresarios de los que conocen por dentro la realidad del negocio taurino, en todos sus aspectos, pero si los que ostentan el poder se niegan a contrastar esas opiniones, e incluso ¿por qué no? a enriquecerlas con las suyas a partir de sus conocimientos de la realidad epidémica que nos acoquina, todas las reuniones serán como clamar en el desierto, en cuanto a resultados positivos. Y máxime si partimos del negativismo de un vicepresidente que empeña cada minuto de su vida en intentar cambiar la faz de un país, que si él se sale con la suya no lo reconocerá ni la madre que lo parió.
Con ese aspecto de hormiguero en huelga que han ofrecido los tendidos de las plazas de “la restauración” no vamos a ningún sitio. ¿Que ha estado bien que se haya hecho y que la Fiesta continuara viva aunque las campanas sonaran a duelo? Nadie lo duda. Pero el paso siguiente debe ser de otra manera y perseguir otros objetivos, y para eso es indispensable que alrededor de la mesa se sienten también representantes de quienes tienen la última palabra en la posibilidad de que la Fiesta siga, y no de una manera pueril y vergonzante.
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