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La gloria de Román y Santiago Domecq en el espectáculo de la bravura en Valencia

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¡Viva Santiago Domecq! se escuchó cuando Román cogía la muleta en el último toro de un apasionante festejo. Y resonó un coro al unísono: ¡Vivaaaaaaaa! Pues eso, que viva Santiago Domecq y los toros bravos. Porque cuando hay toros bravos en el ruedo, esta tarde hubo unos cuantos, y toreros como el valenciano que ofrecen su vida de la forma en la que lo hizo Román, este espectáculo se convierte en único e inigualable. Así que en el último día de una feria que no arrancaba y que se iba entre decepciones ganaderas, llegó Santiago Domecq a poner orden y las cosas volvieron a su sitio. La divisa gaditana vino a completar esta tarde una trilogía de triunfos antológicos en su temporada más gloriosa. Sevilla, Madrid y Valencia. ¡Vaya tres escenarios! Ofreció un muestrario completísimo, desde la bravura más desbordante de ese Escondido a la bravura preñada de clase del segundo y también del primero. Y qué decir de Román, que firmó la que posiblemente sea la tarde más completa de su trayectoria como torero. Por el gran triunfo conquistado, por ser en su tierra, donde tantas veces le hicieron de menos, y por la manera de estar delante de sus tres toros. Advertía en la previa el valenciano que estaba en el mejor momento de su vida y aquella declaración no sonó como un tópico más, lo dijo convencido y además lo demostró hoy. Una actuación cabal y rotunda la suya. A los trofeos simbólicos de ese histórico Escondido pudo sumar otros dos de no haber marrado con la espada su primera faena.

ESCONDIDO, EL ESPECTÁCULO DE LA BRAVURA

Es difícil resumir con palabras las emociones que se vivieron en el cuarto de la tarde. Podría ser algo así como la felicidad de un torero toreando y un toro bravo embistiendo. Las emociones a flor de piel, en definitiva. Escondido, de Santiago Domecq, no escondió nada porque desde que apareció en el ruedo mostró sus excelentes condiciones. Las cantó enseguida en su expresión. La alegría de cómo se arrancó al caballo fue el presagio de lo que vendría después. Y en la manera de galopar en banderillas, con el morro por delante y siempre descolgado, se adivinaba que traía un triunfo gordo. ¡Qué toro tan completo! ¡Qué gozada ver y emocionarse con un animal así! El espectáculo de la bravura en grado sumo. En las embestidas iniciales ya se dejó sentir la pasión, tanto que se arrancó la música en mitad de una profusa serie de muletazos sobre la diestra. Ahí ya se desató el éxtasis por completo. La faena de Román no dejó de crecer, en intensidad, en abundancia, las series eran de siete y ocho muletazos, en firmeza también porque vaya manera de aguantar el valenciano aquel torrente de bravura que hubiera desbordado a cualquiera menos al Román de hoy, tan cuajado, tan entero, tan serio. En cada primer ¡jé! de Román, la muleta por delante, en todo momento puesta, allá que iba con todo Escondido, que se iba largo y repetía, repetía y repetía. Por la derecha, por la izquierda y por abajo. En los medios, en el terreno de los bravos y de los toreros valientes como Román que estaba firmando la tarde de su vida. Una serie por la derecha, en el ecuador de la faena, hizo estallar al público, que se levantó como un resorte de sus asientos agitando los pañuelos para el indulto. Pocas veces se vio una unanimidad así en una plaza de toros. Esta vez, no hubo discrepancias, solo la alegría que se repartía en todos los tendidos. El palco le pidió a Román que apurara un poco más a Escondido y se agradeció poder seguir disfrutando de las embestidas del excelente toro y de la entrega y el corazón del torero. Por fin asomó el pañuelo naranja. En esta ocasión, la nevera de Manili no hará falta. En Garcisobaco ya esperan a Escondido. ¡Gloria a los toros bravos!

El mano a mano entre Paco Ureña y Román comenzó con un justo reconocimiento en forma de ovación por parte de la afición a dos toreros muy queridos en esta plaza. Y con una hoja de servicios reciente de ambos sobresaliente. Los homenajes siguieron con el primer toro ya en el ruedo con el brindis del murciano al valenciano. El de Santiago Domecq que inauguró la función fue un toro noble y de buena condición al que Ureña le dio buen trato hasta que se afligió el toro, que sangró mucho tras un duro primer puyazo. La faena fue de logros desiguales, con algún muletazo suelto con la izquierda excelente, abriendo mucho el compás. Mató de una buena estocada al segundo intento.

Román le dio la vuelta a la tortilla al ambiente que se había creado en el segundo. Y no era fácil. El toro fue protestado tras perder las manos y mostrar cierta flojedad en los primeros tercios. Se desató entonces el enfado entre el público, acumulado por una feria decepcionante ganaderamente, y aguantó el presidente -con acierto, apúntese el tanto- el descontento popular. Porque el toro de Santiago Domecq se vino arriba, es la cosa que tienen las ganaderías bravas, y sacó un fondo extraordinario, además de otras virtudes que tuvo este toro como la fijeza, la humillación y la emoción en sus arrancadas. La faena del valenciano fue muy cabal. Afianzó al toro en dos primeras series a media altura ligadas, que fue el hilo conductor del resto de su actuación, y a partir de ahí le apretó por abajo, muleta firme y más firmes los pies, esa fue la receta, a un toro que se creció y que fue a más. Como Román, también crecido y clarividente. Una labor sólida y muy seria en la que no faltaron los alardes como la larga de rodillas con la que saludó al toro ni las apretadas manoletinas de cierre. Lo que sí se cerró Román fue la puerta grande con la espada. Luego saldría Escondido y…

El tercero no tuvo la calidad de sus hermanos anteriores, iba y venía, sin negar ninguna embestida, eso sí, aunque sin la franqueza ni la entrega de los otros dos. Paco Ureña dejó una faena tesonera, de más disposición que brillantez. No pareció nunca romper de verdad la actuación del murciano, quedándose en la frontera de algún natural marca de la casa, de esos de planta asentada y cintura rota. Emborronó su quehacer con el acero.

Y después del excelso Escondido, quinto y sexto pusieron el contrapunto a la gran corrida de Santiago Domecq -¡vaya temporada, ganadero!- y bajaron el termómetro de las emociones. Paco Ureña le puso toda la disposición del mundo al quinto que, reservón y sin clase, dijo que nones. Y el sexto -brindado a su tío, chulo de banderillas de la plaza de Valencia– no le dejó redondear a Román su gran día como matador de toros. Poco agradecido al esfuerzo del valenciano, que lo pasó por los dos pitones pero no encontró colaboración en el toro. Luego se encasquilló con la espada.

Valencia, domingo 21 de julio de 2024. Última de la Feria de Julio. Toros de Santiago Domecq, bien presentados y de excelente juego; los más deslucidos, quinto y sexto. El cuarto, Escondido, número 24, negro listón, de 545 kilos, nacido en 09/19, indultado. Paco Ureña, ovación con saludos, silencio y ovación con saludos; Román, ovación con saludos tras aviso, dos orejas simbólicas y silencio. Entrada: Media plaza. Paco Ureña y Román fueron obligados a saludar antes de salir el primer toro. Sobresaliente: Manuel Dias Gomes.

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José Ignacio Galcerá

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