Pocas veces como esta tarde en Las Ventas se ha hecho realidad aquello de “La gracia toreadora” que escribiera Alberti sobre Joselito a instancias de su amigo Ignacio Sánchez Mejías. Los ángeles del toreo, vestidos de azul cielo y luna plateada, se han afanado en espolvorear sobre el ruedo esas “bolitas” de las que habla Paula, que esta vez han caído todas sobre la cabeza de un Antonio Ferrera que, en un momento profesional en el que parecía que lo tenía dicho todo, se ha encontrado en absoluto estado de gracia con dos “zalduendos” con olor, color y sabor, como creados para que él diera una nueva dimensión de su tauromaquia.
¿Churumbelería, sandunga, alza pilili y similiquitruqui? ¡Qué va! Torería desde la cabeza a los pies, a lo largo y a lo ancho. Y para rematar tanta belleza, una espada flamígera que le ha aupado sobre una nube de aficionados que lo han sacado a hombros con tres orejas en el esportón, que debieron ser cuatro sin la obstinación del Poncio del palco. Ferrera parecía un torero nuevo que pisa el albero venteño por primera vez y quiere hacerse un hueco en el difícil mundo de la tauromaquia. Ni un movimiento forzado, ni una vacilación, ni un gesto desacorde con la armonía de una obra de auténtica orfebrería torera…
¿Quién dijo que esto o aquello se hace de esta u otra manera? El arte, la torería, la armonía, la gracia, la cadencia y el temple son algo divino que o se tiene o no se tiene. Y si se tiene brota por sí mismo, y entonces se produce el milagro que transporta al público a un séptimo cielo de emoción que se da muy de tarde en tarde. Y hoy le ha tocado a ese público de la plaza de la madrileña Calle de Alcalá, que se ha mostrado irascible en muchas ocasiones en lo que va de Feria y hoy ha sido pura miel de La Alcarria.
El manso de la tarde le tocó a un Curro Díaz que es pura solidez estética, y que además hoy ha sido El Cid Campeador con la espada. Como tampoco su otro toro sirvió, nos hemos tenido que conformar con varias esculturas repletas de arte de muchos quilates, que les ha arrancado contra viento y marea a sus dos convidados de piedra. El día que las susodichas “bolitas” sean para él, Curro la puede armar muy gorda. El “manito” Adame, en una tarde como la descrita, ha optado por asustar al miedo con su valor espartano. Tarde de las que hacen afición. ¡Ah! Y un torero “nuevo”, ese Ferrera, que de seguir así va a quitar muchos moños…
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“La gracia toreadora”
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