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La suerte de matar

Matar bien a un toro no es una suerte. Es más bien “la hora de la verdad”, porque ahí sí que el torero se la juega sin trampa ni cartón. Se le llama habitualmente suerte de matar por un vicio de lenguaje, que puede llamar a equívoco a los profanos en materia taurina. Porque el albur no es sustancial, en el momento de montar la espada para rematar una faena. Una estocada bien ejecutada con resultados inmediatos puede exonerar al torero de una faena mediocre, hasta el punto de que un trofeo vaya a parar a sus manos a petición clamorosa de un público enardecido por la belleza de la “suerte”, ejecutada como mandan los cánones eternos de la tauromaquia. Y por el contrario, grandes faenas suelen caer en el olvido por el deficiente manejo del estoque. Por eso se suele decir y escribir que este o el otro torero redondeó su faena con una perfecta estocada, que le permitió dar la vuelta al ruedo con el doble trofeo en las manos, acompañado por una salva de aplausos de un público enardecido y satisfecho puesto en pie.

A lo largo de la historia del toreo han existido toreros que funcionaron entre las máximas figuras del escalafón gracias a una buena espada. Sin embargo, también ha sido habitual que buenos toreros con capote y muleta, y exacto sentido de la lidia, por culpa de su escasa habilidad o falta de entrega a la hora de matar, no pasaran de la mediocridad. De ahí la importancia de la mal llamada “suerte de matar”. Mal llamada porque matar bien no es una suerte sino producto de una buena cabeza para escoger el momento, gracias al conocimiento exacto sobre las reacciones de los toros y los terrenos que les son propios, para hacerlos suyos el torero con la aplicación de la técnica precisa. Que esa es la gran novedad que trajo al toreo Juan Belmonte, también llamado El Pasmo de Triana por eso y otras muchas cosas que aportó al arte de lidiar toros bravos.

La belleza de una buena estocada en el momento adecuad, es la “suerte” de mayor plasticidad de la faena, porque los toros “piden” la muerte en el momento preciso cuando se les ha dado la lidia que necesitaban, según sus condiciones. Ya sea “recibiendo” o al “volapié”, un espadazo en las péndolas ha sido motivo de inspiración para grandes escultores a lo largo de la historia. Para torear bien, basta en ocasiones con una buena cabeza, pero para matar como mandan los cánones, además hay que poner el corazón en la punta de la espada.

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La suerte de matar

Paco Mora

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