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La tarde acabó siendo una montaña rusa

Era la corrida estrella y a punto estuvo de estrellarse. Y si nos ponemos muy serios se estrelló. La realidad la convirtió en una montaña rusa. La subían a los cielos, cada cual, con sus formas y sentimientos, los matadores y todo seguido la despeñaban los toros de Matilla, presentados pero vacíos, el calor, me apuntaban como origen de su morbidez. Sería lo que fuese, pero los de ayer se parecieron como un huevo a una castaña a los de Sevilla pongo por caso, así que la dicha de la tarde nunca llegó a ser completa. Y encima el viento que aliviaba a los espectadores y descentraba a los espadas y por mucho que el público respaldaba, empujaba, se ilusionaba, mejoraba ambientalmente incluso lo que sucedía en la arena, el despegue, la apoteosis que tanto se busca y tanto gusta en esta plaza nunca llegaba. Ni siquiera a golpe de composición musical que ayer se aceleraba lejos del nivel y el tempo de otras tardes. Y en la música tocar por tocar como el torear por torear, no tiene mucho sentido. El sentimiento y la pausa nunca debe dejarse ganar por la rutina.

Tampoco es que fuese tarde para rasgarse las vestiduras. Lo sucedido son cosas del toreo, el espectáculo en el que no hay guiones, ni ensayos generales que aseguren nada, ni mucho menos garantías de triunfo, en ello va parte de su encanto. Se trata de la atractiva imprevisibilidad. Se sabe y se da por hecho que el hombre propone, el toro descompone y si hace falta más inconvenientes comparece el viento. O los toros desrazados de Matilla. Y en ese vaivén pasaron cosas para justificar a los optimistas y también a los negacionistas. ¿Dónde está la bravura o la fiereza o la fuerza?… se dirán estos últimos, para apostillar sin toros no hay toreo y su gran parte de razón tienen. Toda. Ayer pasó en varios capítulos, sobre todo con el tercero y ya no digamos con el quinto que no es que no tuviese fuerza, en realidad no se supo, pero de bravura y fiereza estaba seco como los pantanos del Guadalquivir. Y ante eso, lo que dijo el Gallo, lo que no puede ser no puede ser así comparezca Roca o el mismo Cayetano travestido en Paquirri, que como se comprobó es el arma que no debe abandonar o es Paquirri o es poco. Y el resto de los toros no es que fuesen lo que hace falta, que ninguno de ellos fue mucho más allá de los mínimos, pero dejarse se dejaron que es término o concepto de uso actual aceptado por la generalidad, este se dejó o aquel no se dejó, aportando una idea de sumisión que no encaja en los fundamentos que hacen al toreo bueno arte mayor.

La corrida de Matilla, falta de bravura, acabó frustrando la tarde estelar de la feria

Los optimistas y yo no renuncio a esa condición, también vivieron pasajes para el gozo. Los momentos con la derecha de Talavante a su primero, el toro más completo de la corrida, al que le ligó el toreo poderoso y por abajo, sucedió por momentos, ahí estuvo la mácula, que por unas cosas u otras, por el viento o porque el Tala no está como estuvo en su época anterior, la faena tuvo tramos de categoría pero no la acabó de compactar. Viendo el toro y acordándome del gran Talavante, me supo a poco. Tampoco acabó de compactar su segunda faena, pero en esa, la compro, hubo momentos soberbios, sueltos pero esplendorosos, sobre la izquierda. Fueron naturales ralentizados, con ritmo de tango, con mucho abrazo que en el toreo significa muy reunido con el toro, de cintura rota y muñeca mandona, pozados de un manantial seco de bravura, que sabían a milagro en el desierto. En el primero, que despachó de buena estocada, le dieron una oreja, en su segundo se quedó sin premio porque la espada entró con travesía y asomó por un costado así que el presidente con criterio logró frenar en el entusiasmo general.

Cayetano se puso o quiso ponerse lo que se dice artista en su primero y apostó a la pausa, al temple, si quieren digan a la ortodoxia y en ese territorio no es él, ni navega ni hay quien le espere en el puerto. Así que todo quedó en poca cosa, un tanto desabrido. En el quinto sacó sus armas, las largas, el arrebato y la comunicación. El momento de inspiración, le salió bordado, fue cuando le echó la montera provocadora al toro para que arrancase y se convirtió en prólogo de un toreo de capa arrebatado y ganador, un manojo de verónicas sabrosas y apasionadas, rematadas con una serpentina que puso la plaza en ascuas, pero el gozo en un pozo, el de Matilla dijo hasta aquí hemos llegado, puso el culo en tablas y se negó a embestir. Años que no se veía semejante renuncia brava en una plaza y mucho menos si tenemos en cuenta el abolengo del funo. Pena grande porque se esperaba a Cayetano y la tarde lo necesitaba.

Roca anduvo contemplativo en su primero, sin meterse en harina y no es que el toro tuviese posibilidades, pero del coraje y los arrestos de Roca siempre se espera cualquier cosa menos el conformismo. En su segundo fue distinto, toreó firme, hizo el natural con temple y profundidad y diría que lo mismo con la derecha, mató por arriba, desbordó los entusiasmos, le pidieron con fuerza la concesión de una oreja, pero el presidente para entonces había echado el cierre y dijo que ayer hacía falta más que eso para optar a premio. Y hoy los miuras. A sufrir.

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La tarde acabó siendo una montaña rusa

José Luis Benlloch

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