Leandro Martínez, a sus 92 años, tenía un deseo por cumplir, un sueño que quería vivir, y lo logró el día de Nochebuena de hace veinte años. Lo contó a Aplausos con orgullo de abuelo y de torero: “Llevaba mucho tiempo con la idea pero no me dejaban porque decían que era peligroso. Quería torear con Enrique, pero no porque fuera mi nieto, sino por poder ponerme al alimón junto a una figura del toreo tan importante como él”.
Leandro se había tomado un tiempo de descanso en eso de ponerse delante, 70 años, temporada arriba o abajo. Desde que dejó sus ansias de ser novillero allá por su juventud y retomó, años después, esa misma ilusión acompañando a su nieto y respaldando su vocación torera contra viento y marea.
Leandro, como escribió José Luis Ramírez, había intentado convencer a sus familiares y a su nieto para que le dejaran salir a una vaca junto a Enrique, pero no había forma. Pero llegó el día. La vaca pasó cerca en uno de los lances, pero Leandro le quitaba importancia: “Una vez me ha tocado en la chaqueta, pero sin importancia, la vaca era buena y estando toreando con el maestro no había problema”.
Costó convencer al nieto, y es comprensible, pero miedo seguro que pasó Enrique. No es habitual ver a Ponce, ni en la más comprometida corrida de toros, con la cara de preocupación que muestra en estas imágenes. Y es que torear junto al abuelo Leandro no era anunciarse en un cartel cualquiera. El que sí está tranquilo, firme y torero es Leandro. De raza le viene al galgo o de tal palo tal astilla, que viene a ser lo mismo.
Tampoco se puede pasar por alto el andar satisfecho, seguro y torero del abuelo, cuando acompañado de Enrique se dirige a la seguridad del exterior de la plaza dejando a su espalda una vaca burlada y un impulso satisfecho. Se va sin mirar atrás y como diciendo: “Ahí queda eso”.
Una fiesta navideña, familiar y torera en la que Leandro hizo realidad un viejo sueño latente: “Estoy muy satisfecho, porque no había toreado nunca con Enrique aun habiendo ido juntos a muchas tientas. Con 92 años esto es un bombazo que no ha pasado nunca en la historia del toreo, nieto de 33 años y abuelo de 92 años toreando por primera vez al alimón”.
Cuando se le preguntaba si este gesto torero se puede convertir en una costumbre anual, lo descartaba: “No, no creo… en todo caso dentro de ocho o nueve años”.
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