El día antes de su muerte toreaba yo en Pozoblanco y tuve que entrar en la enfermería aquejado de una fiebre por infección. Al día siguiente, a la misma hora, llamó El Vito a mi padre, que se quedó mudo en el teléfono.
Andaba yo por Ronda recientemente, para ver las corridas goyescas, en esa ciudad tan bonita y tan serrana, tan engalanada en sus fiestas, con esa maravillosa plaza de toros, que la Real Maestranza de Ronda mantiene tan cuidada y brillante. Paseando por sus calles, con esos murales fotográficos que ocupan toda una fachada, veo esa bonita foto en que dan la vuelta al ruedo, delante de las columnas de la plaza de toros, tres generaciones de grandes toreros, Antonio Ordoñez con esa majestad y gran torería de arte; Francisco Rivera “Paquirri”, con ese paso de hombre fuerte, de gran lidiador y torero, y entre ellos, cogidos de la mano, uno de su abuelo y otro de su padre, Francisco y Cayetano, todo un conjunto de la grandeza del toreo, con gran diferencia de épocas. Por la sangre de esta saga de toreros corre toda una historia de tauromaquia.
Estoy seguro de que esa foto la tienen Francisco y Cayetano en su capilla junto a las imágenes a las que ellos rezan en la habitación del hotel, antes de salir a la plaza. Qué duro debe ser para ellos vestirse de torero cada tarde viendo esa entrañable imagen.
Paquirri fue un gran torero, lidiador, poderoso en todos los tercios. Tuve la suerte de que nos visitara en casa muchos días, llegando a veces a campo a través desde Cantora a Los Alburejos. A cualquier hora podía entrenarse allí, con cualquier animal que saliera por el chiquero. A mi padre le dedicó una foto toreando el toro “Buenasuerte” en Madrid, que decía:
“Amigo Álvaro, en recuerdo de los 5 triunfos grandes que he tenido este año, con 5 corridas tuyas, como Sevilla, Madrid, Bilbao, El Puerto de Santa María y Huelva, cortando un total de 13 orejas y 2 rabos. Tu amigo, Francisco Rivera Paquirri”. También tuve la suerte de hacer una temporada con él por varias plazas de América. Recuerdo que toreamos una corrida en Lima en que no pude matar mi primer toro, y no recuerdo ahora bien quién puso más interés, si yo o él, en acabar con aquel toro que no se dejó matar. Es el único toro que se me fue vivo a los corrales, aunque Paquirri me ayudara para que eso no pasara. Pero tuve la oportunidad de desquitarme en el segundo con un gran triunfo.
El día antes de su muerte toreaba yo en Pozoblanco y tuve que entrar en la enfermería aquejado de una fiebre por infección. Al día siguiente, a la misma hora, llamó El Vito a mi padre. Mi padre se quedó mudo en el teléfono, yo cogí el aparato para contestar y me quedé impresionado. Sus fotos, su amistad, su gran recuerdo, y el de su familia, están en mi casa por todos los rincones. Parece que fue ayer y hace ya 25 años.
Artículo publicado en el nº 1669 de APLAUSOS, 21-9-2009, con motivo del 25 aniversario del fallecimiento de Paquirri
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