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Los Guardiola: personajes, leyendas y hazañas que no se pueden olvidar

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Fotos: Arjona

Prohibida la mansedumbre, prohibido escarbar, el carácter por encima de la morfología… esos fueron algunos de los criterios de selección (los principales) en la casa Guardiola, los que impuso Juan, al que los hermanos y allegados llamaban “el ganadero”. En el toreo escuchas Guardiola y le adjuntas -son automatismos de la mente- los conceptos toros bravos y caballos excepcionales, leyendas que, pasados los años, siguen activas, nombres que se hicieron míticos, desde el fiero Cartujano al espectacular Comando Gris -¿quién le pondría ese nombre, Curro Camacho?…- o al Peleón de Ronda y tantos otros; desde El Toruño a Caño Navarro pasando por Pinganillo, La Capitana, Gómez Cardeña, Fuente Vinagre o Zarracatín como fincas de referencia; desde Avilés si hablamos de conocedores a Luis Saavedra, el hombre que le susurraba a los caballos y a los toros, y si te hablan de un tal Pepe de Utrera, no olvides que se trata del mismísimo Joseph Kennedy, que un buen día apareció por El Toruño y quedó enganchado a la magia de aquel ambiente que, por entonces, incluía a Manuel Benítez, que le hablaba en inglés sin saber inglés. Fue una divisa ligada a toda una época que actualmente, uno bien que lo siente, ha desaparecido de los carteles. Mucho tendrá que ver con que aquella etapa tan espléndida, tan vital, tan alegre, tan cargada de esperanza, tan pujante… también haya desaparecido.

A Juan, el ganadero, le conocí un buen día en la plaza de Cuba. Me lo presentó Paco Dorado, su amigo del alma, tan distintos y tan fraternales ambos que creo que fueron ellos quienes inventaron la transversalidad ideológica. Nos hicimos amigos y comencé a acudir a sus tentaderos, incluso me regaló el novillo -un villamarta precioso y más que noble, santo- que disfruté en el primer festival de los periodistas en Alcalá de Guadaira. Si sería Juan buen ganadero que puso al punto cuatro hierros, dos encastes (villamartas y pedrajas) y mil vacas. Estaban también Alfonso, que dirigió los pedrajas en la última época; Javier, al que traté menos; Luis, del que decían que toreaba los toros en puntas y era un gigante a caballo; y por último Jaime, hombre afable, un perfecto caballero y gran aficionado, que comenzó responsabilizándose de los caballos de la casa y gestionó los últimos tiempos del bravo con tino y criterio. Con él hice el último reportaje en El Toruño, donde las meriendas y sus tertulias posteriores a los tentaderos con unos y con otros eran una gozada sin horario de las que no era fácil inhibirse. En todo ese repaso no he nombrado a Salvador, rejoneador, que murió estribado en Palma, al que no conocí y al que auxiliaba como sobresaliente otro personaje tan extraordinario como difícil de situar, Salvador Távora.

Recuerdo que cuando le pregunté a Jaime por los nombres más legendarios de la casa me los resumió de carrerilla.

-¿Los más bravos de la casa dices?… pensó un momento y… “Bravo con genio, Cartujano, fue tremendo. Bravo con clase y bueno, Peleón, en el último puyazo lo pusieron a más de cuarenta metros…” se refiere al toro que indultó Manzanares en la concurso de Ronda, al que después de perdonarle la vida hubo que ensogarle para retirarle de la plaza porque seguía pidiendo pelea, y continuó recordando: “En el caso de Comando Gris, a la condición de bravo habría que añadirle la idea de la transmisión. Tomó cuatro puyazos comiéndose el caballo en Sevilla. En el segundo ya le estaban tocando la música…”. He de reconocer que cada vez que rememoro esas referencias me emociono y hasta me ataca la nostalgia por una tauromaquia más equilibrada que la actual, en la que todo tenía su medida y su equilibrio, en la que la báscula importaba un carajo y toreros como Manzanares, tan sentido y tan sabio, entonces decían tan acomodado –habría que preguntar que comparado con quién-, para redondear su gloria se fue a Ronda y alcanzó los cielos con un pedrajas de Guardiola nada menos. Al toro le pegaron cuatro puyazos, el último de punta a punta de la plaza por indicación del ganadero. “Ponedlo más lejos”, dijo Juan; y Josemari obedeció exageradamente: “¡No querías lejos!”… Y fue, el toro fue. Aquel día, mediada la tarde, genialidades del artista que luego han imitado, Manzanares interrumpió la corrida para ducharse y cambiarse de terno y a todos nos pareció superior “¡qué cosas tiene Manzanares!” decían/decíamos, y de vuelta sucedió lo de Peleón, el pedrajas de Guardiola que peleó sin desfallecer hasta donde le dejaron y más.

“Tenemos el honor -me recordaba Jaime- que dos de los más grandes artistas de nuestra época, Manzanares y Paula, indultaron toros nuestros. Tu paisano dos de Ronda –el otro fue Piano- y Paula indultó a Aldeanero en Jerez. Fíjate si Rafael era de la casa, que mató tres veces seis toros nuestros como único espada…”.

Todo ello ocurría y/o nacía en un santuario, El Toruño, especie de seo catedralicia de lo bravo durante décadas. Coges la nacional dirección Jerez, dejas atrás Sevilla -que no su espíritu-, pasamos Dos Hermanas, Los Palacios y justo antes de llegar al Torbiscal, escribí un día, cuando ya se sienten los lindes gaditanos, cuarteas por el lado derecho y… ¡ea, estamos! Es territorio toro. A un lado, lindera, la mítica Juan Gómez, donde pastaron los murube de Urquijo, poco más allá las cuevas de Diego Corrientes y, de frente, El Toruño. Es un perfil llano como la palma de la mano. Solo unas leves ondulaciones parecen unirle al horizonte. La tierra, de marisma y bujeo, negra, fuerte y fértil, verdeaba bravía en aquel otoño raro y frío en el que acudí por última vez. Las cercas, de traviesas y troncos de eucaliptus, mantenían el estilo de otra época. Solo una concesión a la modernidad, las viejas cancelas han dejado su sitio a los modernos pasos canadienses. Los toros, serios, hondos, imponentes, advertían nuestra presencia y levantaban la testa altivos y desafiantes unos, reburdeando amenazantes otros… Ahora me cuentan que ya no hay toros en El Toruño. Lo que no desaparecerán nunca son los recuerdos de quienes los disfrutamos como amigos y aficionados. Allí, los Guardiola dieron con el secreto de la bravura que levantaba pasiones en un lado y en otro de la afición, en la vega y en la sierra, en los lunes de resaca y en las goyescas de Ronda dicho sea como referentes. Se les echa de menos.

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Los Guardiola: personajes, leyendas y hazañas que no se pueden olvidar

José Luis Benlloch

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