Al protagonismo (debut) de Ignacio Sáez, ganadero de Valdelapeña, le siguió el de Daniel Ramos, que ya era reincidente en la capital, quiere decir que fuimos de Valencia a Castellón, en lo que podría ser, es ya, una bonita competencia. Dos ganaderos de la Unión, en términos coloquiales dos ganaderos de bravo de primera, que es como se conoció siempre a la Real Unión de Criadores de Toros de Lidia, y los dos de la Comunidad Valenciana. No creo, seguro que no, que se haya dado un caso semejante en la historia de la plaza de Valencia donde los festejos de lidia ordinaria, recortes aparte, estaban reservados en exclusiva a divisas foráneas por razones obvias. Ya no es así, desde esta feria se han roto las barreras del elitismo ganadero. Objetivo importante aun teniendo en cuenta que cosa bien distinta es llegar a lidiar corridas de toros en la capital. Claro que, todo es cuestión de insistir, invertir y ampararse a los cielos y a los banqueros.
Los pupilos de Daniel Ramos no estuvieron por esta vez a la altura de la pasión que pone el ganadero en su crianza. Decirle que fue una buena novillada sería equivocarle; o justificarse con la sorprendente vuelta al ruedo al sexto que ordenó la presidencia que en este tipo de festejos es poco menos que de aderezo, supondría caer en el territorio poco serio que supongo que no es donde Daniel quiere militar. El resultado del conjunto más que para desmoralizar al ganadero le debe servir de acicate para insistir, afinar en la selección y dar vía libre al rigor. En casos como el de ayer, que pueden pasar en las mejores casas, se suele decir que los buenos se han quedado en el campo y seguir creyendo. Eso y selección, selección y selección.
En el festejo hubo más argumentos en clave valenciana. En esos casos feliz clave. El ambiente de la plaza que registró una excelente entrada fue una de ellas y otra la actuación de Bruno Gimeno, merecedora de nota alta, tanto que hace pensar que ha encontrado el buen camino. Él, tan vitalista, tan apasionado en la cara de los novillos, tan torbellino, tanto que en ocasiones caía en el exceso y en las poco toreras prisas, ayer le quitó una velocidad a su toreo (o dos) e hizo las cosas con pausa y el sosiego necesario para que la obra cogiese calidad. Lo hizo sin perder sus señas de identidad ni mucho menos su conexión con el público. Banderilleó sobrado y espectacular, pisó la plaza con solvencia y todo parece impulsarle hacia un pronto ascenso de categoría. Si todo lo que apunta es auténtico, con el utrero irá más suficiente y lucirá más y mejor. La demora con las armas toricidas le redujeron el premio a una oreja.
Párrafo aparte, un día más, para los chicos de la escuela que asumieron el papel de las cuadrillas. Una gozada para el espectador y una lección de pragmatismo pedagógico, no en balde en tareas así se coge oficio, se entiende la lidia y se cultiva el compañerismo a la vez que dan un espectáculo, porque lo cierto es que dieron un espectáculo de nivel. Con los palos, en la forma de ir al toro y salir del toro, y en su intención de clavar por delante, honran lo que siempre se tuvo como la escuela valenciana. Apunten los nombres: Hugo Masià, Iker Rodríguez, Víctor Roig, Jorge Escamilla… y seguramente hubo alguno más, pero entre tanta chiquillería, porque son poco menos que niños, seguro que se me escapa algún nombre.
Del resto de actuantes recuerdo lo puesto y dispuesto que se mostró el extremeño David Gutiérrez, premiado con dos orejas; el buen oficio de Pedro de la Hermosa, oreja; el oficio del alicantino Javier Cuartero, al que alguien le tendría que decir que es mejor que se coloque más derecho, oreja; el valor de Jaime Padilla, de los Padilla de Jerez, que aguantó en pie una auténtica paliza; y el buen tono de Rodrigo Cobo, vuelta al ruedo. Todo ello a pesar de no tener los oponentes más deseables.