Tengo la buena sensación de que es el primer invierno en el que los taurinos no han copiado a la marmota y han estado despiertos, o dormidos pero con un ojo abierto. Eso es bueno. Hemos perdido muchos inviernos para la reflexión, y de ahí el largo estancamiento de la Fiesta. Sin embargo, ahora, Victorino me parece que en muchas cosas es el motor que hacía falta. Y tiene una dualidad curiosa. Una: mantener la ganadería como hizo quien fue todo un personaje, su padre, que, crió al tiempo el toro bravo y bueno en convivencia con el toro cabrón, que, o te llevaba de cabeza o te mandaba a la enfermería o al paro. No es fácil que el hijo mantenga esa gran altura ganadera. No es fácil pero es cierto. Hace poco, en el escenario de lo que fue la plaza de Vistalegre, le echó a Manuel Jesús “El Cid” un victorino de ensueño y a Emilio de Justo la otra cara de la moneda: la alimaña imposible, que, sin embargo, solucionó este torero con gallardía, cabeza, bragueta y torería.
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