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Más que un triunfo, un hito

Más que un triunfo, un hito. Jornada larga y emotiva. De las que van a hacer historia en el toreo. De las que van a influir en el futuro. Tiempo era y tiempo habrá para comprobarlo. Desde las colas mañaneras, a las ocho estaban los alrededores de la plaza rebosantes de juventud a la búsqueda de una entrada, hasta la despedida sentida de los toreros, pasadas las siete de la tarde, dos llenos continuados, Valencia fue el palenque desde donde el toreo ha levantado la voz con la fuerza de la calle. Todo fue una lección de cordura y responsabilidad. Se aguantaron las provocaciones, que las hubo, se unieron fuerzas de las dos tauromaquias y el resultado acabó siendo espectacular. El toreo enseñó músculo pero, sobre todo, se ganó el respeto.

Cuando aún resonaban las palabras del maestro Ponce exigiendo nuestros derechos y ofreciendo concordia, comparecían en la arena las cuadrillas de Rafaelillo, Escribano y Ureña dispuestas a estoquear una corrida de Adolfo Martín. La plaza les acogió puesta en pie al grito de ¡libertad, libertad! Los maestros salieron al tercio a corresponder, los decibelios de la emoción subieron de grado, arreciaron los gritos y los vítores y todo seguido se aparcaron las palabras, se tensaron los músculos y comenzó la escenificación de la Fiesta más auténtica y más culta del universo en versos de García Lorca.

En ese ambiente cuesta revestirse de espíritu crítico a la hora de escribir una crónica. No importa porque sucedieron las suficientes cosas buenas para no tener que tintar la pluma en la acritud ni en la queja. Empezando por la faena de Rafaelillo al cuarto, faena de maestro, de gran capacidad lidiadora, de las que denotan un conocimiento absoluto del encaste y diría que propia de quien está creciendo y creciendo en un territorio especialmente honorable. Siguiendo por Ureña, que no se quedó atrás en el toreo al natural a su primero, cumbre el trazo del muletazo, enfajado, mandando, con la pausa que da grado de categoría superior al buen toreo. Así fue hasta que el adolfo le cazó, porque en ese territorio se caza, y Ureña acabó maltrecho y en la enfermería. “Na, no pasa na”, que diría el castizo, “aquí, haciendo tiempo para salir a jugármela en el sexto”. De esa forma fue como a la lírica de la jornada le acabó poniendo épica y más honor. Y no muy lejos de todo eso anduvo Escribano, que se fue a portagayola en el quinto, vaya viaje hasta allí, vaya espera y vaya trago, pero tocaba y fue. Luego a ese toro, dormido y noble, le hizo una faena a más entre ovaciones.

Todo eso sucedió con los albaserradas de Adolfo Martín, presentados en el estilo de la casa. Cárdenos en distintas intensidades, bien criados y bien armados aunque sin estridencias, humilladores, con tendencia a apagarse en el tercio final, esa fue su carencia, cambiantes como corresponde al encaste e interesantes y agradecidos si se les consentía y sobre todo si se tenía fe en ellos. No fue una gran corrida de toros pero cumplió bien con su papel.

Rafaelillo no tuvo enemigo en su menguado primero y cuajó a su segundo. A ese le enjaretó un manojo de verónicas rodilla en tierra que pusieron la plaza en pie. Y a ese mismo, después de meterlo en la canasta, casi domarlo, hacerle descolgar y encelarlo en la muleta, le robó un ramillete de naturales cumbres, largos y pausados, de decir no se puede torear más despacio ni mejor. Mató de una gran estocada y aún me estoy preguntando a qué monserga se puede acoger nadie, tal día como ayer, para no darle la segunda oreja.

A lo que les he contado de la faena de Ureña al tercero, queda por añadir un detalle clave, por dónde cogía el palillo de la muleta, desde ese punto es difícil torear mal y la medida exacta que aplicó a cada serie frente a la tozudez de algunos que pegan y pegan pases sin medida. Y hay que decir que el sexto, el más grande y el más deslucido, no le dio opción pero para entonces estaba la tarde echada en bien. El día había sido completo.

PUBLICADO EN EL DIARIO LAS PROVINCIAS EL 14/03/2016

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Más que un triunfo, un hito

José Luis Benlloch

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