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Médicos

No conozco a un solo médico que opere a toreros que no sea un fiel a la Tauromaquia. Con una fidelidad que le lleva a incluir en su delicada profesión la vida y la salud de hombres por quienes sienten una admiración grande. Escuchar hablar a un médico de toros sobre toreros debería ser un bien público. Deberían hablar más en público y estar en los grandes debates. Son hombres de ciencia que diagnostican, operan, curan, sanan, tratan de forma humana y afectiva a pacientes de toda ideología y condición. Son hombres, por tanto, creíbles. Más creíbles que nadie.

Salvo excepciones, no existe en ellos un ego que los distorsione. Y no hablo solo de los cirujanos que operan en las grandes plazas o en las ferias, hablo de esos médicos que, al mismo tiempo, cubren los miles de pueblos y festejos populares, en donde las cornadas son grandes, extensas, en donde no existe el oro social del reconocimiento sino ese trabajo callado que salva vidas sin que apenas nadie se entere. Celebran pronto un nuevo congreso en Huesca a través de esa actividad de un médico de casta como Enrique Crespo y otros como Eduardo Hevia, tan dedicados a cuidar a quienes se ponen delante de un toro.

Escribo esto a raíz del fallecimiento de Ramón Vila, que ejerció de jefe de cirujanos en Sevilla, un hombre que nunca olvidó que no pudo salvar la vida a Montoliu. La muerte de un torero les afecta más de lo que creemos, porque estos hombres y mujeres son seres humanos de primera categoría. No hay roneo o fin de aparentar que pague la responsabilidad de meter mano donde se metió el pitón. Son los mejores y los más humanos. Son los que apenas aparecen. Son los que la sociedad española no sabe que existen, no sabe su dedicación, son los que mejor podrían explicar que hay hombres y mujeres para quienes la Tauromaquia forma parte de su esencia vital.

Nadie en su sano juicio menosprecia a un doctor. Tarde o temprano estamos en sus manos. Y en ellas dejamos la enfermedad, la herida, el dolor. Son quienes deberían estar en primera fila del mensaje social del toreo porque son los profesionales de los que nadie duda. Pueden equivocarse o no, pero jamás serían cuestionados en su profesión ni en su humanidad. Su mensaje humano es impresionante e imprescindible. Sobre todo en España y América.

Tenemos la visión de una Francia perfecta en todo lo taurino, siendo su asignatura pendiente sus protocolos de actuación ante una cornada. No es la primera vez que un torero herido allí ha de ser operado aquí, por las razones que sean. Sin acusar de negligencia, sí digo que en España el valor de los cirujanos de Tauromaquia es incalificable. Han luchado por tener medios para operar a pie de albero. Pelean, se comunican, estudian, se informan, creando un grupo homogéneo cuya unidad es un interés afectivo e inusual por el toreo. Son ellos los que mejor saben de qué va este asunto.

El toreo les debe un homenaje colectivo, un reconocimiento público que vaya más allá de un brindis particular en una plaza. Ellos son los que también, y más que nadie, han de ir a debates públicos. Ocupar el espacio comunicativo social para decirles a los españoles y españolas que no operan a bárbaros sino a personas sensibles. Decir qué hay detrás de alguien implicado en el toreo, que sí son especiales ante el dolor y el sufrimiento. Que generan a su alrededor un halo y dejan una estela de superación que es un modelo para los demás, que nos hacen mejores socialmente, que en cada epidermis, músculo, hueso, vena, arteria de un torero herido o de un hombre o mujer de un pueblo que se han puesto delante de un toro bravo, no hay más salvajismo que el del drama de una herida. Los cirujanos de las plazas de toros no son ángeles, sino hombres y mujeres de carne y hueso que curan carne y hueso con una dedicación admirable. Descanse en Paz, doctor Vila.

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Carlos Ruiz Villasuso

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