Categorías: Opinión

Otro joven que se sube a la ola

Del Álamo por la puerta grande, Adame por la puerta de la enfermería, Fandiño por esta vez en tierra de nadie, el frío y qué frío, frío negro como los toros negros, por todas partes. Esas fueron las notas referentes de la quinta de feria en la que hubo otras cuestiones a destacar.

Del Álamo por la puerta grande, Adame por la puerta de la enfermería, Fandiño por esta vez en tierra de nadie, el frío y qué frío, frío negro como los toros negros, por todas partes. Esas fueron las notas referentes de la quinta de feria en la que hubo otras cuestiones a destacar, los toros mismamente, cuatro de Zalduendo y dos -que al final fueron tres- de El Ventorrillo, todos de excelente estampa y menos contenido, y hubo un caballo, a los de esta tierra no se les escapó el detalle, que hizo el arrastre del quinto en solitario, un rocín negro, del culpartit, que se llevó los seiscientos kilos de toro con templanza y mucho corazón en tres paradas, la última de ellas en la pujadeta –subidita- del arrastre que arrancó una ovación cerrada que venía a compensarnos a modo de premio extra, del duro frío de la tarde. Nunca entenderé que la autoridad, demasiadas veces se habla de la autoridad en el toreo, haya llegado a prohibir esas exhibiciones que enganchan con la cultura de nuestros huertanos que tan necesitados de alegrías están. El caballo en cuestión atendió a todos los arres, detalle que trasladado al toreo significa que se arrancó cada vez que le pusieron la muleta adelante y a la gente se le alegró la pestaña y le aplaudió con la fuerza de un reencuentro muy añorado.

Ya pueden imaginar pues, que lo de ayer no fue echar la tarde en balde. Para no romper la racha de esta feria, volvió a levantar la voz un torero joven, Juan del Álamo, que no quiere quedarse a pie de esa ola buena y oportuna que trae cada día con más fuerza aires de renovación. Cortó una oreja de cada uno de los toros que despachó y subió la cotización de su cartel. Ayer llegó a la plaza vestido de estreno, evidente premonición de que este año va a tener para el sastre, y tras cierto barullo capotero se fue directamente a los medios a plantarle cara a un cinqueño de Zalduendo, que de primeras le embistió bravucón y poderoso, en realidad con mentira porque en cuanto se sintió podido por el salmantino bajó los humos, mudó la bravura en genio y comenzó a defenderse. Nada que tomase en cuenta Del Álamo, que siguió a la suya y en los terrenos de los adentros lo acabó toreando con trazo largo y abundante pausa, de tal manera que lo que hasta ese momento era reconocimiento a su buen ánimo se convirtió en ovaciones a su buen toreo.

A ese toro, tercero, le arrancó la oreja; y otra le cortó al quinto, ésta por otra faena cargada de fe, en la que fue buscándole las vueltas al toro de Zalduendo, renuente de primeras, al que le encontró el punto. Fue con la derecha, muy taponado, en la corta distancia, dejando que le pasase cerca y cosiendo los pases con alardes y recursos que calaron en el público. A los dos los mató de otros tantos volapiés cargados de entrega y la comunión fue total.

Adame pagó con sangre, maldita sea, y honor, bendito sea, el momento de menos reconocimiento torero, la suerte de descabellar. El manito se enredó con las prisas de acabar y el torazo, con todo el acero enterrado en su enorme mole, hizo por él, le enganchó por la corva y le desmontó la indumentaria y hasta pudo quebrarle la temporada. El toro, cinco años para seis, que no había dado muchas esperanzas en los primeros tercios, escarbó en quites, esperó en banderillas y rompió a embestir bien a la muleta del mejicano, que combinó con buen resultado el toreo por abajo y la espectacularidad que surgía de la comparativa entre su figura menuda y la alzada del toro de Zalduendo.

Fandiño no tuvo su día. Mató tres toros por la cogida de Adame. Arrancó su tarde de rodillas a modo de declaración de intenciones y acabó doblando la rodilla ante los imponderables. Nunca se le vio a gusto ni los vientos le vinieron de cara. En su primero, cuando había encontrado el acople con la zurda volvió a la derecha y ya nada fue lo mismo. A su segundo lo toreó de capa con buen son pero el toro perdió pronto celo y los buenos augurios quedaron en nada y el precioso castaño que debía cerrar plaza se descoordinó y en el sobrero, que tampoco fue bueno, se le vino todo encima, la mala suerte y el hastío del público que ya no podía con el frío.

CRÓNICA PUBLICADA EN EL DIARIO LAS PROVINCIAS EL 16/03/2016

“Aldabonazos de Ginés y Lorenzo” (Festejo del 14/03)

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Otro joven que se sube a la ola

José Luis Benlloch

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