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Padilla o la fe que mueve montañas

Padilla ha demostrado que su carga interior, su alma de torero y su cuajo de hombre, eran capaces de vencer todas las dificultades. De levantarse y seguir.

La Puerta del Príncipe de Padilla es la demostración de que Dios escribe derecho en renglones torcidos. Tanto dolor, tanta amargura, tanta capacidad de sufrimiento y tanta hombría de bien no podían quedar sin premio. La desgracia de Zaragoza pudo ser la estación término de un torero valiente, entregado y batallador, pero un hombre es mucho más que la materia física de que está hecho. Y Padilla ha demostrado que su carga interior, su alma de torero y su cuajo de hombre, eran capaces de vencer todas las dificultades. De levantarse y seguir. Sencillamente seguir, algo que suena tan natural y resulta tan difícil para cualquier ser humano que no esté hecho de la pasta que está hecho el jerezano.

La estampa de Juan José Padilla con los brazos en alto y la vista levantada hacia el cielo dándole las gracias al de Allí Arriba era solo un destello de la carga interior que le ha dado fuerza para superar todo lo que aquella maldita cornada destrozó en su cuerpo. Merecía ese triunfo y El que Todo lo Puede ha hecho que de los dos toros de triunfo de Fuente Ymbro uno haya sido para él. Y Sevilla ha sabido recompensar, con la gloria de esa salida en hombros, tanto padecimiento y perseverancia en la persecución del éxito contra viento y marea, con casi todo en contra, solo contrarrestado por su gran fuerza interior.

La Virgen de Montetoro, patrona de Menorca, que lleva en el pecho, seguro que algo ha tenido que ver también en su alegría de hoy. La única virgen del mundo que tiene recostado a sus pies un toro bravo. Se la traje de la isla hace tres o cuatro años y sé que Padilla siempre se encomienda a Ella con devoción, porque no hay nada que reafirme más la fe que haber tenido la muerte tan cerca. Y la Virgen que hoy le ha ayudado a conseguir una de las ilusiones mayores de su vida es muy milagrera, porque ya me dirán los que me conocen si no es un milagro diario que la mujer que me regaló una medalla con su imagen, cuando ambos teníamos apenas veinte años, me siga soportando cuando estamos ya jugando el segundo tiempo de la prórroga del largo partido de nuestras vidas.

También Ricardo Gallardo merecía que al menos dos toros de los seis que ha lidiado hoy en Sevilla embistieran como lo han hecho. Uno, el sexto, es para mí uno de los más importantes del serial sevillano de este año. Claro que eso no entra dentro del terreno de los milagros sino de lo natural. Porque el porcentaje de toros bravos que echa a las plazas al cabo del año el señor de Fuente Ymbro es apabullante. Ahí están los premios que consigue en tantas ferias de España. El Fino no tuvo con qué y sin harina no se pede hacer pan, pero ha dejado destellos de su torería. Y El Fandi, al mejor de la tarde, no le cortó las dos orejas porque se le fue la mano con la tizona.

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Paco Mora

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