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Valencia. 16 de marzo de 2025
A Tomás Rufo, ídolo en Castellón y triunfador en Alicante, le quedaba por conquistar Valencia. Y ya lo ha conseguido. Al toledano le sienta de maravilla la brisa del Mediterráneo. Y casi mejor le han venido los meses en barbecho de este invierno por culpa de una lesión de rodilla que le ha tenido parado mucho tiempo y que le trajeron hasta las Fallas con el hambre de gloria intacto. Su tarde fue de una entrega (y buen toreo) incontestable. Y su inclusión en el cartel estelar del abono quedó más que justificada. Paseó un trofeo de cada toro de su lote y no se llevó alguno más porque el palco midió con escuadra y cartabón la colocación de la espada en su primera faena.
El paseíllo de este domingo comenzó con diez minutos de retraso por el acondicionamiento del ruedo debido a la intermitente lluvia que amenazaba la tarde. El público aprovechó para colocarse en sus asientos y no era tarea fácil evitar los apretones porque por segundo día consecutivo se colgó el cartel de “No hay billetes”. Tras el gran triunfo de Roca Rey en la víspera, la masa vino a ver lo mismo y casi logra verlo salir de nuevo en volandas. El peruano, que no tuvo un lote propicio, dejó contentos a sus partidarios porque se inventó una faena marca de la casa. Tampoco tuvo Manzanares un lote a modo y aun así logró un trofeo de una corrida remendada de Jandilla que no terminó de romper y se quedó a medio camino. En este punto, hay que decir que no toda la responsabilidad recae esta vez en el ganadero. El galimatías reinante en los corrales de esta plaza -¡arréglenlo ya!- tiró por los aires una corrida que con tanto mimo y esfuerzo había cuidado el ganadero y que tenía enamorada a los profesionales. A todos menos a unos cuantos que en cada feria se erigen en protagonistas. Esta vez le tocó a Borja Domecq.
El ejemplo palmario de ese caos de veterinarios y autoridad fue el tercero, un toro simplón de hechuras, ni remate. Tomás Rufo administró a la perfección su nobleza y el fondo de clase que tenía en un juego de alturas, tiempos y distancias que fue de una precisión sobresaliente. El toque justo en el momento exacto para enganchar, llevar y soltar la embestida. Sobre esa técnica, a esa ciencia que aplicó Rufo, le puso el corazón, o sea, el sentimiento, que se puede traducir también por la entrega. Se vació el torero. La faena, bien planteada, pasó de una apertura explosiva en los medios y de rodillas al temple superior de una serie perfecta al natural. La estocada, un pelín caída, le obligó a usar el verduguillo, y ahí pudo tener el argumento el palco para no dar la segunda oreja.
Lejos de amilanarse por esa versión apabullante de Roca Rey en el quinto, la réplica de Rufo a esa faena del peruano fue irse frente a la puerta de chiqueros. Le arrancó el toro el capote pero no el amor propio, porque en el tercio se llevó el jandilla otra larga puesta. El toro transmitía, por encima de otras virtudes, y llegaba al público. Rufo, clarividente, sin probaturas ni medias tintas, le puso la muleta adelante y empapó de tela la embestida. Siempre que giraba el jandilla, ahí estaba colocado el torero y puesta la muleta en otra actuación de enorme capacidad. Tres series en redondo, de mano baja y gobierno, fueron el argumento central de su actuación. Una serie a izquierdas bajó la tensión, que volvió a subir en un arrimón con desplante. Media estocada lagartijera, larga muerte del toro y la oreja que le abría la puerta grande.
OREJA PARA ROCA REY Y MANZANARES
El quinto, el segundo remiendo de El Parralejo, no fue ni bueno ni malo. Un toro sin gracia que pasaba sin más. Era el último cartucho en la feria de Roca Rey y le ayudara lo que le ayudara, que no fue mucho, el peruano le iba a buscar las vueltas como fuera. Y se las encontró en un final de faena, en los tendidos de sol, donde en la corta distancia levantó una faena hasta ese momento sin eco. Los circulares invertidos y el arrimón a centímetros de los muslos, así hasta tres veces, caldearon el ambiente. Y el desplante sin muleta, desafiando al público, que en ese momento se entregó a su ídolo. La estocada, que hizo rodar al toro, desató el éxtasis y la pasión peruana. La presidenta aguantó con buen criterio una fuerte petición de la segunda oreja que hubiera sido un exceso. Y también la monumental bronca.
El otro toro del lote de Roca Rey portaba encima la mejor carrocería, cien por cien jandilla, pero le gripó el motor enseguida. No podía estar el toro mejor hecho y estar tan vacío por dentro. Una guapeza sin fuelle. Ahí se esfumó toda posibilidad de armar faena para el peruano.
Abrió la tarde el primero de los dos remiendos de El Parralejo. Grandón, en la frontera de los 600 kilos, de un volumen inmenso. Embistió como fue. Desde la apertura, con un muletazo rodilla en tierra que fue un cartel de toros, y en toda la faena afloró la versión más poderosa de José María Manzanares. El alicantino le limó las asperezas que tenía el toro, que no fueron pocas, especialmente por el pitón derecho, y se impuso con mando a un animal exigente. La estocada por sí misma valió la oreja concedida.
Hizo un esfuerzo con el cuarto, un toro protestón y sin clase. El alicantino quiso bajarle los humos como fórmula para gobernar aquella informalidad. Cuanto más lo lograba, más se defendía el toro. En el final de faena, le sorprendió el jandilla que a punto estuvo de echarle mano. Un derrote le rozó la cara.
Valencia, domingo 16 de marzo de 2025. Cuatro toros de Jandilla y dos de El Parralejo (1º y 5º), desiguales de presentación y juego. El mejor fue el tercero por su clase. José María Manzanares, oreja y ovación con saludos; Roca Rey, silencio tras aviso y oreja con petición de la segunda; y Tomás Rufo, oreja con petición de la segunda y oreja tras aviso. Entrada: Lleno de “No hay billetes”. Saludaron Sergio Blasco y Fernando Sánchez en el tercero.
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