El director de cine catalán Albert Serra ha regalado a la tauromaquia, en estos tiempos de tensión política y animalista, una joya cultural con su película “Tardes de soledad”, ganadora de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián. Albert Serra, un neófito en el arte taurino, ha introducido su prodigiosa cámara en el corazón del milenario toreo, en la esencia de la mismísima corrida. Lo ha hecho para explorar qué hay allí y permitir que el espectador saque sus propias conclusiones. El resultado ha sido redondo.
Algo similar, y con éxito artístico, lograron hace poco Tomás Ocaña e Ismael Morillo, con guión de Adolfo Moreno, con “La última lidia”. Este documental, pensado para explicar la tauromaquia al gran público, usa un relato poliédrico centrado en el devenir del torero Jiménez Fortes, dando voz tanto a partidarios, entre los que tuve el honor de participar junto a Vargas Llosa o Paco Aguado, como a algunos detractores. El documental tuvo problemas de exhibición porque algunos cines no se atrevieron a proyectarlo y la productora francesa tampoco se quiso ir a portagayola apoyando su propia película.
Y cuando creíamos que todo estaba dicho sobre cine y toros, y sin que el director y taurino Agustín Díaz Yanes, hijo de torero, realizara esa película que nos anunció, nos llega un “maldito” del cine oficial, casi vetado en los Goya, un catalán de Girona, de Banyoles, para dejarnos una obra maestra sobre el mundo de los toros como es “Tardes de soledad”. Un aclamado, polémico porque hace mucha pupa a los antis, descarnado y visualmente estremecedor retrato de la tauromaquia, dejando a la cámara de testigo de cargo de la corrida y como protagonista involuntario uno de sus héroes actuales e incontestables como es el peruano Roca Rey.
A Albert Serra le han zurrado los antis y críticos “animalistas” en el cine como el de la que fue revista de culto Fotogramas (un tal Ricardo Rosado). La Fiesta debe estarle agradecido de por vida. Gracias a Serra, los toros se han vuelto a poner en primera fila de la noticia. Cuánto nos hacía falta. Especialmente en estos días en que se anuncia el cierre del único canal televisivo temático sobre la Fiesta. Al toreo le hacía falta históricamente una película. Salvo “Tarde de toros” (L.Vadja, 1956), ninguna se había acercado a su grandeza. Ha tenido que venir desde fuera un tipo genial como Albert Serra, quien sabe de toros lo que yo de iconos rusos, para colocarla en el sitio que merece. Al igual que el escritor Chaves Nogales sentó a Juan Belmonte en su despacho de la madrileña Cuesta de San Vicente y se puso con pluma y papel delante del Pasmo de Triana para sacarle su biografía que hoy es objeto mundial de culto (“Juan Belmonte, matador de toros”, 1935), Albert Serra nos ha legado un monumento de cine a mayor gloria de esta vieja fiesta de los toros que, como aquel viejo dibujado por Goya por Burdeos, sostiene hoy su dignidad apoyada en un bastón.
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