Tarde de toros (eso sí, muy desigualmente presentados) y sobre todo de toreros que a cada cual lo suyo, a cada cual la medalla que le toca. En el balance final, buena tarde. La prueba es que apenas hubo tiempo para el bostezo. Y lo feliz que se iba la gente de la plaza después de abarrotarla hasta los tejadillos. Hay ganas de toros, está claro, es una forma rotunda de responder a los del pensamiento único. Toro bueno, pero bueno de verdad con la mácula de un justo trapío, o menos que justo, fue el tercero, también tuvo calidad el sexto, de tal forma que lo fetén se reunió un día más en un mismo lote. Luego hubo un dibujo de toro por guapo y por serio, la armonía revestida de toro, que fue el segundo, que después de un tercio de varas espectacular, quedó vacío y parado rompiendo los pronósticos que provocaban su estampa; hubo otro toro/torazo por su aspecto, que fue el primero, del hierro de El Parralejo, que dio más juego del que su enorme anatomía hacía pensar; hubo otro agrio y defensivo que nunca se acabó de entregar que fue el cuarto y otro muy anclado al suelo que en la corta distancia dejó que le hiciesen.
En tarde de generales, si entendemos como tales a Roca Rey, que tras la epopeya de la víspera no hay quien le cuestione el rango, y a Manzanares, que una vez más pudo comprobar que Valencia es su Valencia, se reveló el coronel Tomás Rufo, que opositó directamente al ascenso. Más allá de academias o despachos lo hizo en el campo de batalla. En el caso de los toreros, que es el caso que nos ocupa, en la cara del toro en dos faenas de alto rango. Sólidas y bien armadas. Cortó una oreja de cada toro que bien bien pudieron ser tres o cuatro a poco que los toros hubiesen doblado antes o la presidencia hubiese acatado los deseos del público que siguió el asalto al poder del diestro toledano como auténtico (y justificado) fervor, como algo propio.
Atacó desde el principio, desde que compareció para quitar en el toro de Roca, hasta el final, siempre ambicioso y firme. Planteó su estrategia en la corta distancia sin que ello signifique menoscabo, al contrario, fue la distancia justa para que los toros le repitiesen y engarzar los muletazos en series largas, por un pitón y otro, que remataba con pases de pecho al hombro contrario. Lo hacía atalonado, con cadencioso ritmo, redondeando cada muletazo, vaciando detrás de la cadera para quedarse colocado en postura en la que el toro embiste o revienta. Justo el mismo lugar donde el toreo coge densidad e importancia. En su segundo se fue a la puerta de chiqueros, en su primero arrancó la faena de rodillas en los medios que era una forma muy clara de pisar el jardín de Roca, dicho a modo de ilustración de las intenciones con las que vino a conquistar Valencia. No es la primera vez que vemos a Rufo en esa dimensión, así que solo cabe preguntarse qué le falta para entrar por derecho en la sala de los generales. Ayer mostró el salvoconducto.
EL DESPEGUE DEL CÓNDOR
Se esperaba a Roca y no para reventarle, al contrario. Le aplaudieron al romper el paseíllo como reconocimiento de su hazaña anterior, pero se llamó a andana, hizo oídos sordos y no compareció en el tercio. Nada que supusiese desgana ni cuestión parecida como se comprobó seguidamente. Su guapo primero queda dicho que se vino abajo estrepitosamente tras el tercio de varas en el que romaneó codicioso haciendo pensar lo mejor, falsa ilusión, porque de aquel encuentro salió vacío y le negó a Roca la emoción imprescindible que debe aportar el toro en la lidia. Fue de las pocas decepciones de la tarde por cuanto el cóndor no pudo despegar como todos estaban esperando. Eso sucedió en el quinto, que no fue gran cosa, pero el peruano lo buscó en terrenos del once, en lo que siempre se conoció como la solanera, y allí mismo levantó un homenaje al gran Dámaso. Fue una batalla en la corta distancia, qué digo corta, montado en el toro, dándole a los pitones con los muslos, por aquí y por allá, tirabuzones y circulares, dejando que el de El Parralejo le pespuntease las lentejuelas de la taleguilla. Hervía el tendido, en cada remate, levitaba el personal, gritos de ¡torero, torero!, no importaba que fuese más académico o menos académico, era el mensaje que mandaba el matador y el reconocimiento al ídolo entregado. Mató con prontitud le concedieron una oreja, mayoritariamente se pidió más premio, pero la presidenta aguantó estoica la petición y la gran bronca que se le vino encima.
MANZANARES, ENTREGADO
Manzanares mantuvo en alto su pabellón ante un lote poco/nada propicio. Su poderoso arranque de faena al toro que abría plaza lo abrochó un trincherazo de lujo que hizo pensar lo mejor. Rebrincado por el derecho el toro mastodóntico de El Parralejo, el alicantino le hizo el mejor toreo por el izquierdo. Fue faena de peso ante un toro enterado y desabrido que no admitía ningún descuido. Aun así, en los medios, territorio donde debía rebajarle el genio, Josemari le dio más extensión a las series de lo que venía siendo habitual y recuperó la contundencia estoqueadora. Así que el trofeo cayó por su peso y por sus méritos. Valencia seguía queriendo Josemari. Hay devociones inmarchitables que van de generación en generación. Su segundo fue más agrio si cabe, con menos toreabilidad, sin ritmo y violento que cuando parecía que podía entregarse se rebotaba.
Decir que el comienzo de la corrida se retrasó diez minutos mientras acababan de acondicionar el ruedo, que el extraño celo en los reconocimientos no consiguió más que descabalar una corrida y no armar otra a la altura de la plaza en cuanto a presentación, que la lluvia se contuvo y que la salida de Rufo fue tumultuosa.