Nadie ha logrado explicar la manera tan impropia de huirse de engaños y suertes cinco de los toros de El Ventorrillo jugados en Santander el pasado 26 de julio. Por mansa se dio a la corrida, y mansa por huirse. Sólo que hay distintas maneras de huirse un toro. Si se aflige, el toro se repucha o se duele en el caballo, que es lo que quiere decir la expresión clásica de “blandear”. O “blandearse”, del viejo periodismo taurino. No caerse ni claudicar ni derrumbarse. Cabecear o calamochear, emprenderla a cornadas con el estribo y el peto: todo eso es la blandura de un toro.
La “flojera” sería, por las mismas, la falta de voluntad de un toro para emplearse, pero, en cuanto apareció el toro moderno, se dio con un término bien gráfico: “pararse”. Los toros que se blandean suelen pararse, pero no todos los que se paran se han blandeado antes. La casta se traduce en movilidad y por eso abundan los toros encastados que se blandean. La blandura es un ejercicio de movilidad defensiva, un indicio de huida, y de rehuir la pelea.
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