Transgresión y gloria. Y mucho toreo. Del bueno, que conste. Así se resume la tarde del adiós del maestro Ponce, ayer más maestro que nunca. Toreo de cabeza y sentimiento. El de geometría exacta y compromiso asumido, que uno no es máxima figura por nada. Sucedió contra el viento, contra los toros que no entendían del compromiso y la significación de la tarde e hicieron dejadez de casta y bravura. Los juampedros fueron otra vez una ruina. Reincidencia y jodida pena. No importó, el maestro, el gran argumento de la tarde, cincuenta años de torería en el alma, atacó y se desataron las pasiones. Felicidad total, lealtad a su cargo, valores y más valores, una lección de vida y respeto, de responsabilidad en tiempos de tanta amargura. Esa fue la tarde de Ponce. Es verdad que hubo transgresión, pero el toreo lo lleva implícito y si hay que saltarse la norma a cambio de la gloria, se la salta uno. A la torera, claro. No dicen que somos contracultura, pues con todas las consecuencias. Lo que no vale es el reglamentarismo absurdo y pacato, la interpretación sistemática del reglamento contra los intereses de los aficionados. Ayer había acudido a ver a Ponce una multitud orgullosa en lo que suponía la culminación de una de las leyendas propias más grandes del toreo, el hombre que logró cerrar después de ochenta años el mal fario que perseguía los sueños de toda una afición desde que Granero cayese en Madrid. Así que valía la pena la rebeldía.
Les cuento. Ponce había estado a gran nivel en su primero, un garcigrande que apareció con muchos pies y al que el maestro le instrumentó un arranque de faena tan importante como templado, los buenos principios siempre son fundamentales, que remató con un natural de categoría que hizo presagiar lo mejor. Y a partir de ahí la faena fue una obra de ingeniería. Las alturas, la distancia, el tiempo, el equilibrio, díganle la mesura. Con la izquierda y con la derecha obligó al toro y dominó el viento que para entonces se mostraba inclemente. La faena tuvo pasión a raudales y ninguna reserva, algo así como si tengo que triunfar que sea cuanto antes. Lo veías tan firme y tan sereno delante del toro y te preguntabas si se iba o si llegaba. La estocada cayó punto baja y el usía tuvo argumento para frenar la pasión de los aficionados que ya querían las dos orejas.
Enrique Ponce pudo realizar al toro de regalo una magnífica faena gracias a la intervención de la consellera de Justicia, que permitió que se lidiase
Y cuando había que rematar la tarde apareció en cuarto lugar un juampedro de pesadilla. Inerte, tonto, parado, un marmolillo dispuesto a aguar la fiesta. Un toro de Guisando a la vera del Mediterráneo no es otra cosa que un pecado de lesa humanidad taurina y eso es lo que fue. Tan inútil que el maestro tuvo que despacharlo por la vía de la urgencia y la asepsia. Naturalmente cundió la decepción entre el público y el maestro. Ni uno ni otros habían venido a eso. Así que el de Chiva, generoso y torero, pidió el sobrero. Hábito de lo más clásico que se prohibió cuando llegaron los abusos, pero ayer el abuso no era regalar el sobrero, el abuso era hurtar el cincuenta por ciento de la ilusión de una plaza. Y comenzó la guerra. La autoridad que no, el matador que sí, la empresa que también, pasta y riesgo añadido para satisfacer los intereses del público, también la ilusión de los aficionados. La consellera de Justicia me dicen que también remó a favor (gracias) tanto que firmó lo que hubo que firmar tras un trasiego de papeles por el callejón tremendo para doblegar el reglamentarismo cerril que no entendía de lógica ni de generosidad. Y salió el sobrero, de Juan Pedro también. Fue anunciarlo y tembló la plaza, solo que por esta vez salió la cara y la faena del maestro Ponce, su última faena en su plaza, pudo estar a la altura de su leyenda. Fue una faena al abrigo de las tablas, en los terrenos del toro huyendo del viento que no dejó de boicotear la tarde. Un trasteo medido, ni una brusquedad, con dominio de los tempos, siempre a más, lo bueno para ser realmente bueno siempre debe crecer, la altura de los engaños justa, la distancia medida. La confianza al toro y todo seguido el ataque. Obra de precisión poncista. El delirio iba en aumento, la banda se recreaba y sostenía las notas, el público contenía el olé, el torero cimbreaba la figura, muy atalonado, todo a compás de Concha flamenca. Un concierto exacto, música y toros en Valencia acaba siendo mágico siempre. Bordó el natural, el derechazo forzó los de pecho y descorchó las poncinas entre la locura general. La estocada fue arriba y las orejas concedidas ajustadas a ley. Lo que nos hubiésemos perdido si la consellera no firma el adelante. Otra cosa hubiese sido una traición al toreo. Luego vino la salida en hombros aupado por toreros y cientos de aficionados, el gozo de los niños, la senyera ondeando entre los aficionados, el estruendo de un castillo de artificios iluminando el momento, una procesión de valencianía. Lo dicho, transgresión, torería, generosidad y gloria. Se ha sido Ponce pero parecía querer ganarse la próxima temporada. Corazón de torero, vergüenza de torero, maestría de torero, responsabilidad de torero. Había que triunfar y triunfó, justo lo que diferencia a los más grandes de los grandes.
Todo ello puede que ensombreciese la auténtica dimensión de Nek en la tarde de su alternativa. No es justo, pero es lo que tiene la competencia en el escalafón superior, que los compañeros no perdonan. Compareció de nazareno y oro y toreó al toro del ascenso al natural con categoría. Uno de los naturales iniciales rompió la plaza. El toricantano consintió en los parones, le tragó tela, sacó muletazos limpios y muy interesantes y sigue marcando que el valor sin alharacas es su aportación fundamental. Aguantó las miradas y las amenazas del toro y lo templó hasta el final, Pisaverde se llamaba el toro que resultó muy probón, parado, que amenazó y hasta le perdonó. Luego hubo que maldecir su maldita espada. En ese y en el siguiente fue la asignatura que no aprobó Nek. En el que debía cerrar plaza volvió a dar la talla. Lucido y valeroso con capote, aplicó un espectacular arranque de faena en la que se mostró resolutivo y estoico de nuevo ante los parones del oponente que apenas duró nada en la pelea.
Talavante toreó a cámara lenta a su primero, dormido, con las muñecas sueltas y la yema de los dedos al mando marcando la sensiblidad del buen toreo. Lo hizo siempre muy en redondo y una inesperada arrucina disparó la pasión en el tendido. Toreo personal y hondo. Una estocada caída una oreja petición de la segunda y bronca al presidente. Su segundo fue otro marmolillo imposible.