El portugués Manolo Dos Santos fue el primer torero que vimos los aficionados de mi generación cruzarse con los toros. Después, Pedrés se cruzó más si cabe, acortó las distancias de un modo hasta entonces…
El portugués Manolo Dos Santos fue el primer torero que vimos los aficionados de mi generación cruzarse con los toros. Después, Pedrés se cruzó más si cabe, acortó las distancias de un modo hasta entonces inverosímil y, siempre que las condiciones de los toros lo permitían, les ganaba un paso en cada muletazo demostrando que en aquel terreno eran posibles un mayor porcentaje de faenas. Posteriormente llegaron Dámaso González y Paco Ojeda que hicieron suyo aquel terreno descubierto por Dos Santos y perfeccionado por Pedrés. Ambos ya dentro de una concepción de la tauromaquia más exigente y técnicamente camino de alcanzar la perfección técnica actual.
En esa parcela, sin cultivar desde que Dámaso y después Ojeda se retiraron de los ruedos, realizó el sábado Javier Castaño dos faenas a sendos toros de “Ribera de Campocerrado”-oriundos de El Raboso- que pusieron en negro sobre blanco los porqués de su imparable ascenso hacia las cotas más altas del escalafón. No se puede torear más despacio, con más temple ni con mayor cadencia que lo hizo el salmantino en ese terreno en el que se han forjado grandes toreros, pero que hoy por hoy le pertenece a él por derecho de conquista.
Fue en Alicante. Éramos muy pocos, pero así tocamos a más y todavía nos relamemos de gusto, con el recuerdo de lo hecho en el ruedo por ese soldado romano que es Castaño en su torera Guerra de las Galias, dura y difícil pero que promete conducirlo al Olimpo de los dioses de la tauromaquia. Y ojo al parche que aquí no hay movimientos de caderas, saltitos, pasitos de ballet, sonrisas al graderío ni brindis al sol. Castaño parece un torero de cuando todavía no se había inventado el bidé ni la máquina de cortar jamón. En él todo sabe y huele a lo que debe saber y oler…