Era el festejo de la restauración torera. Los toros volvieron a Valencia veinte meses después, dos años taurinos que a diferencia de los veinte que cantaba Gardel sí son muchos. La vuelta, como todo lo que se refiere a la tauromaquia en los últimos años, tenía mucho de difícil desafío. Estaba en juego el amor propio de la Valencia taurina, no cabía esperar más tiempo después de contemplar cómo los cosos de su rango habían abierto ya las puertas que cerró el toro pregonado del virus; se exponía al planeta toro, el crédito de una escuela que como se comprobó, mantiene su prestigio en lo más alto y hasta dio el paso al frente que habían escamoteado los profesionales de la organización; había además que plantar cara a la climatología, auténticamente invernal, al punto que se convirtió en uno de los grandes problemas a la hora de convocar a los aficionados que era otro de los retos de la cita, demostrar que el pueblo quiere toros.
Todo quedó en su sitio, hubo toros y toreros, milagro nada frecuente; los aficionados acudieron en la cantidad suficiente e ilusionados, como quedó demostrado en la ovación con la que se recibió a los alternantes; y al hilo del slogan de la convocatoria, aquello de “Valencia busca un torero” vistos los resultados hay que decir que lo encontró, Nek se llama, de Algemesí. Y no solo Valencia, también Albacete dio con su hombre, en este caso viene con sangre contrastada de torero bueno, Manolo Caballero, nada menos. Así que la tarde, el frío y hasta la larga espera de los veinte meses, quedó sepultada en la ilusión de futuro.
Se lidiaron novillos de Fuente Ymbro, de correcta presentación y excelente juego en general, con mención especial al segundo, que embistió con templanza de lo más torera, y al tercero. El festejo se desarrolló bajo la fórmula de clase práctica, que viene a ser lo que un ensayo general de los festejos mayores. Los propios alumnos ejercían labores de subalternos en ayuda de los compañeros y tres aficionados ocupaban el palco presidencial, todos bajo una seriedad encomiable.
Nek Romero, de Algemesí fue a la postre el triunfador de la tarde. Cortó dos orejas y le abrieron la puerta grande. No acabó de acoplare con el capote, banderilleó con espectacularidad y fue de menos a más con la muleta hasta completar una actuación de torero importante de las que hace pensar que sí puede ser torero de Valencia y de muchos sitios más. Otro tanto cabe decir de Manolo Caballero, que con el novillo más dificultoso de la tarde resolvió con serenidad y valor. Si había que honrar el cartel de su señor padre, lo logró sobrado; con permiso de la suerte y los avatares, hay torero. Sería importante que la conexión Albacete-Valencia que tanta gloria dio, volviese a activarse.
Cargados de ilusión, con algún volteretón de por medio, cosas de las ansias toreras, todos los chicos dieron lo que llevaban dentro. Julio Alguiar, de la escuela de Málaga, silencio; Joaquín Caro, de la de Madrid, ovación; Sergio Domínguez, de Badajoz, oreja; el valenciano Nek Romero, dos orejas; Manuel Caballero, de la de Albacete, oreja; Alejandro Chicharro, de Colmenar Viejo, silencio. Así que a la espera de las grandes figuras, el toreo comenzó a latir en Valencia tras la larga abstinencia todo un suceso.
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