La suerte de matar, de siempre llamada suprema por la importancia de la misma y por la dificultad que entrañaba hacerla con pureza, hace tiempo que perdió relevancia. La responsabilidad corresponde fundamentalmente al público que no la valora. Y ante ese precio los matadores...
La suerte de matar, de siempre llamada suprema por la importancia de la misma y por la dificultad que entrañaba hacerla con pureza, hace tiempo que perdió relevancia. La responsabilidad corresponde fundamentalmente al público que no la valora. Y ante ese precio los matadores, en general, se llaman a andana y tiran por la calle de enmedio. Se prima matar pronto o díganle con eficacia, por encima de cualquier otra circunstancia. Pronto no significa necesariamente matar bien ni mucho menos. Pronto a día de hoy suele ser un sablazo a la velocidad de vértigo.
Eso ocurre y no es fruto de la actualidad en la mayoría de las plazas y hasta se asume o se da por bueno según donde suceda, pero la cuestión va degenerando y hoy día en plazas como Madrid y ahí me duele, donde se pesa el azafrán cuando el público se pone a escatimar una oreja, se fijan en si la espada está o no en el centro geométrico de la cruz que con ser detalle importante no es lo más importante. Fundamentalmente porque mientras eso sucede se olvidan de cómo se ha perfilado el matador, de lo despacio que ha hecho la suerte, de la limpieza con la que ha salido por el costillar, de cómo ha marcado los tiempos, nada que ver por cierto con los saltitos previos en la hora de perfilarse, confunden echarle la muleta a las pezuñas para que descuelgue el toro con taparle la cara a modo de flagrante ventajismo y les importa un carajo, y ahí iba, que el torero pierda la muleta, así que los matadores en el momento clave sueltan la herramienta y salen de naja mientras el respetable más entendido anda pendiente de milimetrar la colocación de la espada.
Claro que una cosa es perderla en un embroque violento, disculpable, que perderla premeditadamente, es verdad, pero un embroque violento tampoco es la perfección. Tiempos hubo y no hace tanto que en Madrid se afeaba agriamente el haber perdido los avíos. Son los tiempos que cambian. ¿Dónde quedan aquellos volapiés despaciosos y limpios que le vimos a Camino, a Fuentes, a Manzanares...?
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